#NoEsNormal: Las huellas que deja vivir en una zona roja de Guatemala

Una joven de 17 años perdió la vida en un ataque armado en la colonia San Rafael 2, zona 18 de la capital. (Foto Prensa Libre: CVB)

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#NoEsNormal: Las huellas que deja vivir en una zona roja de Guatemala

Los hechos de violencia marcan a diario la vida de familias guatemaltecas con heridas físicas, pérdidas y miedo constante.

Una joven de 17 años perdió la vida en un ataque armado en la colonia San Rafael 2, zona 18 de la capital. (Foto Prensa Libre: CVB)

Una joven de 17 años perdió la vida en un ataque armado en la colonia San Rafael 2, zona 18 de la capital. (Foto Prensa Libre: CVB)


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La cicatriz que Celeste —nombre ficticio— tiene en la mejilla izquierda le recuerda todos los días el ataque que sufrió hace 15 años, cuando regresaba a su hogar, en el Paraíso 2, zona 18, luego de una jornada laboral.

Eran las 19 horas. El autobús iba lleno. Celeste, por su baja estatura, no pudo sujetarse del pasamanos, y su única opción fue aferrarse al manillar del respaldo de uno de los primeros asientos.

Antes de ingresar al bulevar San Rafael, se escucharon varias detonaciones. Celeste todavía ignora si un pasajero disparó o si lo hizo alguien desde afuera. Solo sintió que algo impactó en su rostro, y su reacción fue no moverse; el tiempo se detuvo por un instante hasta que una voz la sacó del trance y le gritó: “¡Bajáte, bajáte!”.

Al descender del autobús, alcanzó a ver al piloto sin vida, recostado sobre el volante. Hasta ese momento fue consciente de que brotaba sangre de su mejilla: una bala había impactado en su pómulo izquierdo.

Esa noche hubo dos muertos, el piloto y el ayudante, y cinco mujeres resultaron heridas, entre ellas Celeste, quien fue trasladada al Hospital General San Juan de Dios.

Los médicos le explicaron que la bala había perdido fuerza al impactar antes contra la ventana; de lo contrario, le habría destrozado parte del rostro. A las dos semanas le dieron el alta médica, pero la ojiva fue retirada de su mejilla dos meses después.

El día del ataque, una persona del Ministerio Público (MP) llegó al hospital para preguntarle por lo sucedido aquella noche. Han pasado 15 años y nunca más fue citada a declarar.

Sin embargo, lo que vivió Celeste aquella noche fue un parteaguas en su vida. Durante mucho tiempo tuvo miedo de salir a la calle y de volver a subir a un autobús. Tuvo que hacerlo, sin olvidar el consejo de su madre: “No te vengas ni tan atrás ni tan adelante, venite en medio”.

María Guisel De León Ortiz, directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima, señala que sufrir cualquier delito interrumpe el proyecto de vida de las personas, y que se suman sentimientos de culpa, miedo y niveles altos de ansiedad, que escalan a estrés postraumático y a depresión. Recibir ayuda para sobreponerse y salir de ese cuadro es esencial; en el caso de Celeste, no hubo apoyo institucional. Su fuerza interior la sacó adelante.

Celeste siempre ha sido consciente del riesgo que conlleva vivir en lugares que están controlados por las pandillas, como parece ser algunas colonias de la zona 18. El área se considera un área roja de la capital, y no es percepción. Las cifras oficiales, de enero a junio del 2025, confirman que es la zona de la capital que más muertes violentas registra.

Aunque los datos de la zona 18 son alarmantes y algunas colonias de este sector de la capital están controladas por grupos pandilleros, otras zonas en el último año han tenido un incremento importante de homicidios. La zona 10, por ejemplo, que de enero a junio del 2024 reportó un homicidio, este año en el mismo periodo reportó 7, una diferencia del 600%. Otro caso de estudio es la zona 21, que este año ha reportado 21 homicidios más que el mismo periodo del año anterior, una diferencia del 380%.

Otro episodio de violencia

Lo que sucedió en el autobús no fue la única vez que Celeste vio de cerca la violencia. Con el tiempo, su hermano recibió un disparo directo en la yugular, mientras hacía una llamada en una cabina telefónica.

La noche apenas comenzaba cuando un hombre desenfundó un arma a unos metros de él, disparó varias veces y huyó.

“¿Por qué a él?”, era la pregunta que toda la familia se hacía. A los pocos días se enteraron de que el atacante vivía en el área; era un vecino que había disparado contra la persona equivocada.

“Mi mamá quiso denunciarlo, ir a reclamarle, pero la detuvimos”, cuenta Celeste, pues el miedo a una represalia pudo más que la necesidad de castigar al atacante.

De León Ortiz indica que ese temor es un freno para denunciar, lo mismo que la lentitud del sistema de justicia.

Su hermano estuvo a un paso de la muerte. Los cirujanos tomaron un segmento de vena de la pantorrilla para injertarlo en el área dañada de la yugular. Permaneció cinco días en la unidad de cuidados intensivos del hospital, y que sobreviviera fue, según los médicos, “un milagro”.

De nuevo, el MP no investigó el caso. Solo les tomaron algunas declaraciones sobre lo sucedido y nunca más volvieron a contactarlos.

Al salir del hospital, el joven no podía caminar ni mantener la cabeza erguida. Su recuperación fue lenta y no pudo graduarse del diversificado con sus compañeros de promoción.

La duda sobre por qué habían disparado contra él se mantenía en la casa de Celeste. Su madre constantemente repetía: “Si estás amenazado, nos vamos de aquí. Yo miro para dónde nos vamos”. Pero decidieron quedarse.

El hermano de Celeste es un caso más que engrosa las estadísticas.

Las cifras reportadas este año confirman que los jóvenes son el grupo más expuesto a situaciones violentas.

Las estadísticas nacionales de homicidios hasta junio registran 458 muertes de hombres jóvenes entre 26 y 35 años. El segundo grupo más afectado lo conforman los de 18 a 25 años, con 407 muertes. Lo anterior evidencia que los hombres entre 18 y 35 años son el grupo etario más vulnerable a los homicidios violentos.

Agentes de la Policía Nacional Civil acompañan a los

Una tragedia más

Cuatro años después, la violencia volvió a tocar el hogar de Celeste, esta vez con la muerte de su esposo, por estar en el lugar equivocado.

Recuerda que, después de un partido de futbol, Mario —así lo llamaremos en este relato— llegó a una tienda del barrio, se reunió con unos amigos a conversar y beber unas cervezas. De repente, un conocido se acercó a platicar.

Pasaron unos minutos y varios pandilleros aparecieron, desenfundaron sus armas y dispararon. El esposo de Celeste estaba cerca del objetivo de los sicarios, recibió varios impactos de bala y cayó sin vida al suelo. En el ataque, otra persona resultó herida, pero el hombre a quien querían matar huyó.

“Cuando me enteré de que mataron a mi esposo, la vida me pasó enfrente como una película, y me repetía: ‘¿Ahora qué voy a hacer?’”, recuerda, pues quedó viuda y su hijo, de tres años, huérfano de padre.

Los vecinos reconocieron a los atacantes y salieron en busca de ellos. Los encontraron en una casa abandonada y trataron de lincharlos, pero la Policía los rescató de la turba y los subió a una radiopatrulla. Algunos testigos aseguran que los dejaron libres a un par de cuadras.

Como en las otras dos ocasiones, tampoco hubo una investigación. Celeste no sabe si los culpables del asesinato de su esposo están libres o si pagaron por el crimen.

De León Ortiz señala que el duelo ocasionado por un hecho de violencia muchas veces no termina hasta que la persona encuentra justicia, en un intento por honrar la memoria de su ser querido. En el caso de Celeste, esta nunca llegó.

“La muerte de mi esposo, allí fue donde más me pegó. Me tocó sacar adelante sola a mi hijo. Gracias a Dios ya estaba trabajando y no he dejado de hacerlo. Han pasado 14 años y mi niño ya es un jovencito”, relata.

La afección emocional de las víctimas de violencia puede ser aguda, y algunas se estancan en ese momento. Sin embargo, la directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima indica que hay personas con suficiente resiliencia para reponerse y salir adelante. Ese es el caso de Celeste, quien tomó fuerzas por su hijo.

“Es importante entender que la afección de las víctimas no es solamente emocional. Conlleva una parte económica, y también lo social, que es uno de los aspectos más complejos, porque al suceder un hecho violento, lo primero que se piensa es: saber en qué estaba metido, saber que algo estaría pagando, saber qué habrá hecho. Las víctimas resultan ser las culpables siempre a los ojos de la sociedad”.

María Guisel De León Ortiz, directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima

Agrega que es indispensable llevar todos los delitos a juicio y procurar una reparación digna para las familias, porque eso también implica un apoyo económico.

El Instituto de la Víctima brinda acompañamiento a las personas en casos de homicidio y femicidio. Además, ofrece asesoría legal, atención victimológica y psicológica, y apoyo con servicios de trabajo social para evaluar los daños económicos y sociales de las familias, así como acompañamiento médico, cuando así se requiere.

Vivir con miedo

Los hechos de violencia que ha vivido Celeste le han dejado heridas en el cuerpo y en el alma. El temor de que vuelvan a dispararle a ella o a sus hijos —tiene otro niño de cuatro años— está presente cada vez que salen a la calle, ya sea por estar en el lugar incorrecto o por una confusión.

Vivir en un área considerada roja conlleva múltiples desafíos. Celeste debe cuidar el horario en que su hijo adolescente sale a la calle, sus amistades, el corte de cabello que lleva y hasta la manera en que se viste. Usar gorras planas, sudaderos con capucha o tenis de marcas específicas puede ocasionar que pandilleros lo confundan con un miembro del grupo rival, y eso podría costarle la vida.

“Me preocupa la infancia de mi hijo pequeño y de mi adolescente. Lastimosamente, no es porque queramos vivir allí, es porque no tenemos otro lugar a donde ir. Al vivir en una zona roja, ¿qué nos queda? Encomendarnos a Dios y seguir adelante”, menciona, aunque reconoce que el estigma social hacia las personas que viven allí pesa.

“La sociedad nos ve como si todos los de la zona roja fuéramos malos. No, no todos los jóvenes son malos, no toda la gente es mala en la zona 18. Hay gente buena, pero la sociedad nos tacha a todos”, afirma.

 Los hechos de violencia marcan a diario la vida de familias guatemaltecas con heridas físicas, pérdidas y miedo constante.  

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Los hechos de violencia marcan a diario la vida de familias guatemaltecas con heridas físicas, pérdidas y miedo constante.

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Una joven de 17 años perdió la vida en un ataque armado en la colonia San Rafael 2, zona 18 de la capital. (Foto Prensa Libre: CVB)

Una joven de 17 años perdió la vida en un ataque armado en la colonia San Rafael 2, zona 18 de la capital. (Foto Prensa Libre: CVB)

La cicatriz que Celeste —nombre ficticio— tiene en la mejilla izquierda le recuerda todos los días el ataque que sufrió hace 15 años, cuando regresaba a su hogar, en el Paraíso 2, zona 18, luego de una jornada laboral.

Eran las 19 horas. El autobús iba lleno. Celeste, por su baja estatura, no pudo sujetarse del pasamanos, y su única opción fue aferrarse al manillar del respaldo de uno de los primeros asientos.

Antes de ingresar al bulevar San Rafael, se escucharon varias detonaciones. Celeste todavía ignora si un pasajero disparó o si lo hizo alguien desde afuera. Solo sintió que algo impactó en su rostro, y su reacción fue no moverse; el tiempo se detuvo por un instante hasta que una voz la sacó del trance y le gritó: “¡Bajáte, bajáte!”.

Al descender del autobús, alcanzó a ver al piloto sin vida, recostado sobre el volante. Hasta ese momento fue consciente de que brotaba sangre de su mejilla: una bala había impactado en su pómulo izquierdo.

Esa noche hubo dos muertos, el piloto y el ayudante, y cinco mujeres resultaron heridas, entre ellas Celeste, quien fue trasladada al Hospital General San Juan de Dios.

Los médicos le explicaron que la bala había perdido fuerza al impactar antes contra la ventana; de lo contrario, le habría destrozado parte del rostro. A las dos semanas le dieron el alta médica, pero la ojiva fue retirada de su mejilla dos meses después.

El día del ataque, una persona del Ministerio Público (MP) llegó al hospital para preguntarle por lo sucedido aquella noche. Han pasado 15 años y nunca más fue citada a declarar.

Sin embargo, lo que vivió Celeste aquella noche fue un parteaguas en su vida. Durante mucho tiempo tuvo miedo de salir a la calle y de volver a subir a un autobús. Tuvo que hacerlo, sin olvidar el consejo de su madre: “No te vengas ni tan atrás ni tan adelante, venite en medio”.

María Guisel De León Ortiz, directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima, señala que sufrir cualquier delito interrumpe el proyecto de vida de las personas, y que se suman sentimientos de culpa, miedo y niveles altos de ansiedad, que escalan a estrés postraumático y a depresión. Recibir ayuda para sobreponerse y salir de ese cuadro es esencial; en el caso de Celeste, no hubo apoyo institucional. Su fuerza interior la sacó adelante.

Celeste siempre ha sido consciente del riesgo que conlleva vivir en lugares que están controlados por las pandillas, como parece ser algunas colonias de la zona 18. El área se considera un área roja de la capital, y no es percepción. Las cifras oficiales, de enero a junio del 2025, confirman que es la zona de la capital que más muertes violentas registra.

Aunque los datos de la zona 18 son alarmantes y algunas colonias de este sector de la capital están controladas por grupos pandilleros, otras zonas en el último año han tenido un incremento importante de homicidios. La zona 10, por ejemplo, que de enero a junio del 2024 reportó un homicidio, este año en el mismo periodo reportó 7, una diferencia del 600%. Otro caso de estudio es la zona 21, que este año ha reportado 21 homicidios más que el mismo periodo del año anterior, una diferencia del 380%.

Otro episodio de violencia

Lo que sucedió en el autobús no fue la única vez que Celeste vio de cerca la violencia. Con el tiempo, su hermano recibió un disparo directo en la yugular, mientras hacía una llamada en una cabina telefónica.

La noche apenas comenzaba cuando un hombre desenfundó un arma a unos metros de él, disparó varias veces y huyó.

“¿Por qué a él?”, era la pregunta que toda la familia se hacía. A los pocos días se enteraron de que el atacante vivía en el área; era un vecino que había disparado contra la persona equivocada.

“Mi mamá quiso denunciarlo, ir a reclamarle, pero la detuvimos”, cuenta Celeste, pues el miedo a una represalia pudo más que la necesidad de castigar al atacante.

De León Ortiz indica que ese temor es un freno para denunciar, lo mismo que la lentitud del sistema de justicia.

Su hermano estuvo a un paso de la muerte. Los cirujanos tomaron un segmento de vena de la pantorrilla para injertarlo en el área dañada de la yugular. Permaneció cinco días en la unidad de cuidados intensivos del hospital, y que sobreviviera fue, según los médicos, “un milagro”.

De nuevo, el MP no investigó el caso. Solo les tomaron algunas declaraciones sobre lo sucedido y nunca más volvieron a contactarlos.

Al salir del hospital, el joven no podía caminar ni mantener la cabeza erguida. Su recuperación fue lenta y no pudo graduarse del diversificado con sus compañeros de promoción.

La duda sobre por qué habían disparado contra él se mantenía en la casa de Celeste. Su madre constantemente repetía: “Si estás amenazado, nos vamos de aquí. Yo miro para dónde nos vamos”. Pero decidieron quedarse.

El hermano de Celeste es un caso más que engrosa las estadísticas.

Las cifras reportadas este año confirman que los jóvenes son el grupo más expuesto a situaciones violentas.

Las estadísticas nacionales de homicidios hasta junio registran 458 muertes de hombres jóvenes entre 26 y 35 años. El segundo grupo más afectado lo conforman los de 18 a 25 años, con 407 muertes. Lo anterior evidencia que los hombres entre 18 y 35 años son el grupo etario más vulnerable a los homicidios violentos.

Agentes de la Policía Nacional Civil acompañan a los

Una tragedia más

Cuatro años después, la violencia volvió a tocar el hogar de Celeste, esta vez con la muerte de su esposo, por estar en el lugar equivocado.

Recuerda que, después de un partido de futbol, Mario —así lo llamaremos en este relato— llegó a una tienda del barrio, se reunió con unos amigos a conversar y beber unas cervezas. De repente, un conocido se acercó a platicar.

Pasaron unos minutos y varios pandilleros aparecieron, desenfundaron sus armas y dispararon. El esposo de Celeste estaba cerca del objetivo de los sicarios, recibió varios impactos de bala y cayó sin vida al suelo. En el ataque, otra persona resultó herida, pero el hombre a quien querían matar huyó.

“Cuando me enteré de que mataron a mi esposo, la vida me pasó enfrente como una película, y me repetía: ‘¿Ahora qué voy a hacer?’”, recuerda, pues quedó viuda y su hijo, de tres años, huérfano de padre.

Los vecinos reconocieron a los atacantes y salieron en busca de ellos. Los encontraron en una casa abandonada y trataron de lincharlos, pero la Policía los rescató de la turba y los subió a una radiopatrulla. Algunos testigos aseguran que los dejaron libres a un par de cuadras.

Como en las otras dos ocasiones, tampoco hubo una investigación. Celeste no sabe si los culpables del asesinato de su esposo están libres o si pagaron por el crimen.

De León Ortiz señala que el duelo ocasionado por un hecho de violencia muchas veces no termina hasta que la persona encuentra justicia, en un intento por honrar la memoria de su ser querido. En el caso de Celeste, esta nunca llegó.

“La muerte de mi esposo, allí fue donde más me pegó. Me tocó sacar adelante sola a mi hijo. Gracias a Dios ya estaba trabajando y no he dejado de hacerlo. Han pasado 14 años y mi niño ya es un jovencito”, relata.

La afección emocional de las víctimas de violencia puede ser aguda, y algunas se estancan en ese momento. Sin embargo, la directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima indica que hay personas con suficiente resiliencia para reponerse y salir adelante. Ese es el caso de Celeste, quien tomó fuerzas por su hijo.

“Es importante entender que la afección de las víctimas no es solamente emocional. Conlleva una parte económica, y también lo social, que es uno de los aspectos más complejos, porque al suceder un hecho violento, lo primero que se piensa es: saber en qué estaba metido, saber que algo estaría pagando, saber qué habrá hecho. Las víctimas resultan ser las culpables siempre a los ojos de la sociedad”.

María Guisel De León Ortiz, directora de Servicios Victimológicos del Instituto de la Víctima

Agrega que es indispensable llevar todos los delitos a juicio y procurar una reparación digna para las familias, porque eso también implica un apoyo económico.

El Instituto de la Víctima brinda acompañamiento a las personas en casos de homicidio y femicidio. Además, ofrece asesoría legal, atención victimológica y psicológica, y apoyo con servicios de trabajo social para evaluar los daños económicos y sociales de las familias, así como acompañamiento médico, cuando así se requiere.

Vivir con miedo

Los hechos de violencia que ha vivido Celeste le han dejado heridas en el cuerpo y en el alma. El temor de que vuelvan a dispararle a ella o a sus hijos —tiene otro niño de cuatro años— está presente cada vez que salen a la calle, ya sea por estar en el lugar incorrecto o por una confusión.

Vivir en un área considerada roja conlleva múltiples desafíos. Celeste debe cuidar el horario en que su hijo adolescente sale a la calle, sus amistades, el corte de cabello que lleva y hasta la manera en que se viste. Usar gorras planas, sudaderos con capucha o tenis de marcas específicas puede ocasionar que pandilleros lo confundan con un miembro del grupo rival, y eso podría costarle la vida.

“Me preocupa la infancia de mi hijo pequeño y de mi adolescente. Lastimosamente, no es porque queramos vivir allí, es porque no tenemos otro lugar a donde ir. Al vivir en una zona roja, ¿qué nos queda? Encomendarnos a Dios y seguir adelante”, menciona, aunque reconoce que el estigma social hacia las personas que viven allí pesa.

“La sociedad nos ve como si todos los de la zona roja fuéramos malos. No, no todos los jóvenes son malos, no toda la gente es mala en la zona 18. Hay gente buena, pero la sociedad nos tacha a todos”, afirma.

ESCRITO POR:
Ana Lucía Ola
Periodista de Prensa Libre especializada en temas comunitarios, con énfasis en Salud y Educación, con 17 años de experiencia. Reconocida con el Premio de Prensa Libre en categoría Reportaje, en 2019. Premio de la UPANA por Informar a la población guatemalteca sobre la realidad en nutrición y desnutrición en el país, en 2019. Diplomado El periodismo en la era digital como agente y líder de la transformación digital impartido por el Tecnológico de Monterrey.

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