Durante meses, cuando amenazaba con sanciones al presidente ruso, Vladímir Putin, Donald Trump, sonaba como una de esas madres que advierten a sus hijos que contarán hasta tres: “A la de dos… a la de dos y medio… dos y tres cuartos…”. El presidente estadounidense concedió al ruso “dos semanas” que jamás terminaban. Hasta ahora. Esta semana, de forma repentina, canceló la reunión que había anunciado días antes con Putin en Budapest. Y de modo aún más sorprendente, aprobó castigos contra las dos principales petroleras rusas. Las dos medidas paralelas abren una nueva fase en su hasta ahora comprensiva relación con Moscú.
Las sanciones de EE UU a las petroleras rusas, consideras por Moscú como un “acto hostil”, tensan la relación entre los dos mandatarios
Durante meses, cuando amenazaba con sanciones al presidente ruso, Vladímir Putin, Donald Trump, sonaba como una de esas madres que advierten a sus hijos que contarán hasta tres: “A la de dos… a la de dos y medio… dos y tres cuartos…”. El presidente estadounidense concedió al ruso “dos semanas” que jamás terminaban. Hasta ahora. Esta semana, de forma repentina, canceló la reunión que había anunciado días antes con Putin en Budapest. Y de modo aún más sorprendente, aprobó castigos contra las dos principales petroleras rusas. Las dos medidas paralelas abren una nueva fase en su hasta ahora comprensiva relación con Moscú.
“Había llegado el momento. Ya habíamos esperado mucho”, declaró el presidente estadounidense sobre su decisión de imponer sanciones contra Lukoil y Rosneft, los dos gigantes del sector petrolero ruso, el motor de la tambaleante economía del país. Son las primeras sanciones directas de su segundo mandato contra intereses de Moscú.
Sobre la decisión de cancelar la cita en Budapest, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, indicó esta semana que Trump consideró que, tal y como estaban las cosas, una cumbre habría sido una pérdida de tiempo. “El presidente quiere ver acción, no solo palabrería”, aseguró la portavoz.
La evolución de Trump, que prometió poner fin a la guerra de Ucrania en el primer día de su mandato, y que durante meses se puso de parte del Kremlin mientras insultaba al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, por no querer ceder ante el invasor, ha sido vertiginosa. Ya arrastraba desde hace tiempo su frustración por la negativa de Putin a sentarse a negociar. Pero se mantenía convencido de que lograría negociar con el inquilino del Kremlin: de esa creencia surgió su primera cumbre bilateral en este mandato, en Alaska el 15 de agosto, una reunión que solo sirvió para que el ruso se apuntara un tanto diplomático y saliera de su aislamiento, sin arrojar progresos hacia la paz.
La paciencia de Trump —nunca abundante— acabó estallando esta semana. Los factores han sido varios. Por un lado, las constantes noticias —e imágenes— de bombardeos rusos en suelo ucranio. Por otro, su hartazgo con un Putin que no ha hecho más que “darle largas”, en sus propias palabras: “Cada vez que hablo con Vladímir mantenemos una buena charla, pero no va a ninguna parte”, sostuvo este miércoles durante una reunión con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.
La gota que colmó el vaso fue el alto el fuego en Gaza, del que el estadounidense se atribuye el mérito. Trump considera que ese acontecimiento ha generado un optimismo que abre la puerta a resolver otros conflictos, pero esa oportunidad se está desperdiciando en Ucrania. “El presidente siente que, por desgracia, en el lado ruso no ha visto recientemente un interés o medidas suficientes para encaminar el conflicto por la ruta de la paz”, explicó Leavitt.
Otro factor también ha contribuido al cambio de actitud: hasta ahora, las negociaciones con Rusia habían corrido a cargo del enviado especial de la Casa Blanca Steve Witkoff, amigo personal de Trump que desconoce las sinuosidades de la política exterior rusa. Los acontecimientos en Oriente Próximo, donde Witkoff ha desempeñado un activo papel mediador, forzaron un cambio. Como hombre de contacto para Moscú quedó el secretario de Estado, Marco Rubio, que en su etapa como senador había sido muy duro con el Kremlin.
Ante el giro en Washington, Putin recurrió a la táctica que tantas veces le había servido en el pasado cada vez que el presidente parecía inclinarse del lado de Kiev: forzar una conversación personal con Trump. Después de que la semana pasada el estadounidense pareciera dispuesto a entregar a Ucrania misiles Tomahawk de largo alcance, con los que el país ocupado podría atacar dentro del territorio del ocupante, el ruso telefoneó a Washington. Y obtuvo lo que quería: disuadir al republicano de ceder los proyectiles. Trump anunció una nueva cumbre. En Budapest, nada menos: la ciudad donde Rusia y Estados Unidos, junto al Reino Unido, se comprometieron en 1994 a respetar la integridad territorial de la Ucrania independiente a cambio de que el nuevo país cediera sus armas nucleares.
Pero bastaron dos telefonazos entre Rubio y el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, para cancelar la reunión preparatoria prevista entre ambos. Y, con ella, la cumbre. “El encuentro no ha quedado descartado definitivamente”, explicó después Leavitt a posteriori. “El presidente y su Administración esperan que pueda ocurrir algún día. Pero queremos asegurarnos de que algo positivo saldría de esa reunión, y que se haría un buen uso del tiempo presidencial”.
A las pocas horas de que la idea de la cumbre se evaporara, Rusia lanzó nuevos ataques contra Ucrania, incluida una escuela. Zelenski clamó que era necesaria ejercer más presión para forzar a Moscú a negociar. Ese mismo día, la Administración de Trump anunció las sanciones contra Rosneft y Lukoil, dejando ver que se trataba tan solo de un primer paso.
Esas medidas punitivas “no son un golpe mortal”, opina Dan Fried, ex secretario de Estado adjunto para Europa y ahora analista delAtlantic Council. Otros pasos podrían incluir “sumarse a Europa en un recorte del tope en el precio del crudo ruso o hacer cumplir ese recorte al imponer sanciones contra la flota de petroleros encubiertos rusos y los puertos que les dan servicio”, agrega.
Trump puede conseguir la paz en Ucrania, considera John Herbst, antiguo embajador de EE UU en Kiev, “si convence a Putin de que Washington y sus aliados armarán a Ucrania hasta el punto de que Rusia no pueda lograr más ganancias militares”.
Hostilidad de Moscú
Por ahora, Rusia ha respondido con hostilidad al cambio de postura de Trump, al tiempo que ha enviado a su representante económico Kiril Dimitriev a Washington para conversaciones sobre la relación bilateral.
El expresidente Dmitri Medvédev ha vuelto a ser la voz de la cúpula del poder en Moscú que de forma más beligerante ha expuesto el malestar con el nuevo golpe de timón de Trump. “EE UU es nuestro adversario, y su tan hablador pacificador [Trump] ha entrado ahora de lleno en el camino de la guerra con Rusia”, escribió el 23 de octubre en Telegram.
Fue precisamente otro mensaje de Medvedev en sus redes sociales lo que provocó el pasado agosto la reacción más airada de Trump contra Rusia en lo que va de mandato: el presidente estadounidense aseguró que había ordenado que dos submarinos nucleares estadounidenses navegaran hacia Rusia tras considerar que Medvédev, actual vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, había amenazado con declarar una guerra a EE UU.
Han sido varios los ultimátums de Trump sobre Rusia desde su retorno a la Casa Blanca, pero esta es la primera vez que los materializa. Y la prueba de ello es que Putin, en vez de dedicarle las habituales zalamerías, ha elevado el tono contra su homólogo estadounidense al considerar las sanciones como un “acto hostil”.
“Putin ha mantenido abiertas dos vías que inevitablemente tenían que chocar”, comentó el jueves en una conferencia en Kiev Vadim Denisenko, director del centro de estudios políticos Dilova Stolitsia: “Por un lado, su idea es no romper la alianza con Trump, haciendo de todo para ello, con promesas económicas, ganando tiempo y creer que esto es posible sin embarcarse en negociaciones de paz”. Por otro lado, apuntó este politólogo ucranio, el presidente ruso mantiene la convicción de que la sintonía con Trump se puede mantener mientras la guerra continúa, por lo menos, hasta que Ucrania pierda por las armas toda la región de Donbás.
Pero Trump espera de Putin un alto el fuego, y esto es incompatible con lo que desea el Kremlin, según Denisenko: “Putin ha dejado claro que la exigencia occidental de un alto el fuego y congelar el frente es imposible. Ha decidido que continuará la guerra el tiempo que sea necesario, mientras esté vivo. Se enfrentará si es necesario a EE UU y continuará la guerra cueste lo que cueste”.
A diferencia de las palabras de Denisenko, y del deseo generalizado en Ucrania de que Trump se harte de Putin, Mark Feigin, referente de la oposición rusa en el exilio, no cree que lo sucedido esta semana sea “un punto de inflexión” hacia una ruptura. Feigin vaticina que a partir de ahora “aumentarán las reacciones de descontento de Trump, responderá con mayor irritación a cualquier acción de Putin que lo presente como débil o incoherente”. Pero este destacado abogado y politólogo está convencido de que no romperán porque se necesitan: “No puede hablarse de que la relación entre Putin y Trump cambie de forma irreversible hacia lo negativo. Esto se debe tanto a la personalidad del propio Trump, un hombre egocéntrico, orientado al éxito y que depende de su relación con Putin para alcanzarlo, como al propio Putin, para quien el actual presidente de EE UU es el mejor interlocutor posible”.
Feigin prevé que la presión estadounidense se concentre en la industria energética rusa y en el suministro en cuentagotas a Ucrania de armamento que marque la diferencia [previa adquisición europea]. Feigin, por ejemplo, está convencido de que la Casa Blanca terminará aprobando la transferencia a Kiev de los misiles Tomahawk, pero no antes de que finalice 2025. Washington, insiste, no quiere romper con Moscú.
Con lo que cuenta Putin por encima de todo, afirma Denisenko, es con el apoyo de China: “Vemos que EE UU no tiene ninguna manera de forzar a Rusia a negociar. Necesitamos a China, porque sin China, EE UU no tiene opción de presionar a Rusia”. Víktor Yúshchenko, expresidente de Ucrania, daba por hecho este sábado en EL PAÍS que la estrategia de Trump de apaciguar a Putin “es una pérdida de tiempo” porque el líder ruso quiere proseguir la guerra. La mejor opción para pararle los pies, añadió Yúshchenko, es precisamente China: “Una sola palabra de Xi Jinping [presidente chino] puede provocar grandes cambios en esta guerra”.
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