“Donde hay pasión, la disciplina abre puertas”: Kevin Ortiz, del Ballet Moderno y Folclórico de Guatemala al Ballet de Nueva York
Del Miguel Ángel Asturias a Nueva York, su historia demuestra que un hombre en puntas también puede abrirse paso, aun contra la corriente.

Kevin Ortiz se ha consolidado como bailarín, actor e intérprete, con una trayectoria internacional que abarca Estados Unidos, Japón, México, España, Francia y Centroamérica.(Foto cortesía: Fidi Dance New York)
Foto:
En puntas, con técnica y disciplina, Kevin Ortiz Lemus deslumbró desde el escenario del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias hasta consolidarse como uno de los referentes del ballet masculino guatemalteco, al destacar en escenarios internacionales.
Desde El Mezquital, una de las zonas más estigmatizadas del país, hasta los escenarios de Nueva York, Ortiz ha hecho del ballet su refugio, su pasión y su oficio. Aunque el inicio no fue fácil —confiesa—, la perseverancia y la disciplina lo llevaron a brillar fuera de Guatemala.
Su formación estuvo marcada por obstáculos y prejuicios, pero en su camino supo convertir cada crítica en un impulso para danzar con técnica, elegancia y sencillez, lo que le abrió las puertas al Brooklyn Ballet.
¿Cómo inició su historia con las artes?
Nací en una familia numerosa y con un fuerte espíritu artístico. Unos eran cantantes; otras, actrices. Ninguno se atrevió a profesionalizarse, debido al estigma social que promueve la idea de que del arte no se puede vivir. Desde niño fui extrovertido, me inclinaba por la danza y el teatro, y solía imitar a grandes figuras artísticas.
Mi lenguaje desde temprana edad fue el arte, y mi madre, mi primera aliada, me impulsó a seguir ese camino.
Al terminar el nivel básico, descubrí un bachillerato con especialidad en arte dramático. Afortunadamente, conocí a personas que me orientaron hasta llegar a la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde inicié mi formación profesional como artista, en el Bachillerato en Arte Dramático de la Escuela Nacional Carlos Figueroa Juárez.
Durante esa etapa tuve contacto con el teatro, y el entorno me acercó también a la danza, la música y la expresión corporal, ya que la escuela compartía espacio con el Ballet Moderno y Folclórico y el Ballet Nacional de Guatemala. Verlos ensayar despertaba algo profundo en mí.
El maestro Amadeo Alvizures me invitó a unirme a su compañía, Amadanza, con el apoyo de una beca. Ahí comencé como bailarín de danza contemporánea. Más adelante, obtuve otra beca, con Vanessa Rivera, para estudiar técnica clásica durante tres meses, y continué mi formación en Amadanza.
Luego ingresé en la Escuela de Danza Antonio Crespo Morales, donde cursé un diplomado enfocado en adultos. Al mismo tiempo, concluí el Bachillerato en Teatro. Me gradué con beca y obtuve otra en la Escuela Municipal de Danza Clásica. Formé parte de la Compañía Municipal de Danza Clásica y, en 2019, fui contratado por el Ballet Moderno y Folclórico del Ministerio de Cultura y Deportes.

La técnica de Ortiz combina el ballet clásico, la danza contemporánea, las tradiciones folclóricas y la expresión teatral. (Foto cortesía: Carolina Parra)
También fui bailarín invitado del Ballet Guatemala —hoy Ballet Nacional Krista Mertins— durante dos temporadas. Me entrené con maestros como Mauricio Fernández, quien me becó durante tres años, así como con Lizeth Aguilar-Stocklin, Miriam Morales y Liliana Costa.
Al concluir el bachillerato, el apoyo familiar disminuyó, pero encontré respaldo en mis maestros. Luego de mi paso por Ballet Guatemala, obtuve una plaza oficial en el Ballet Moderno y Folclórico, donde trabajé durante cinco años.
Durante la pandemia, audicioné para programas internacionales. Aunque no pude asistir a varios por falta de recursos, recibí una beca para estudiar en la International Peridance Dance School, en Nueva York. Con el apoyo de la maestra Lizeth Aguilar-Stocklin, Cecilia Dougherty Novella, Mauricio Fernández y la Fundación Paiz, logré trasladarme a esa ciudad.
Ahí cursé un programa para bailarines profesionales y recibí impulso de maestros y compañeros para audicionar en compañías locales. Me motivaron figuras como Claridad Martínez, bailarina cubana de renombre internacional, e Idal Perry, entre otras.
Tras finalizar el programa, comencé a trabajar con compañías como Brooklyn Ballet, Staten Island Ballet y Ballet Eloelle Grandiva —integrada exclusivamente por hombres que bailan en puntas—. También imparto clases en escuelas de Nueva York.
¿Cuál fue el principal reto que enfrentó?
El primer gran obstáculo fue ser hombre y querer bailar. En mi barrio, estudiar arte era sinónimo de burlas, insultos y estigmas. Aun así, persistí.
Otro reto importante fue entender que el ballet exige ciertas condiciones físicas específicas: flexibilidad, fuerza, rotación y empeine. Durante mi formación, descubrí que tenía condiciones físicas naturales para el ballet. Eso me motivó a continuar y confirmó que la danza era mi verdadera pasión.
Lo que antes fue motivo de burla, se convirtió en mi mayor fortaleza.
¿Cuál es la clave de su éxito y qué significa el baile para usted?
La clave de mi éxito ha sido la disciplina. El ballet me salvó, me dio estructura, propósito y una rutina que me alejó de un entorno social complicado. Es una disciplina que exige cuerpo, alma y mente.
Muchas veces, un artista debe hacer sacrificios para alcanzar sus sueños. Uno de ellos es estar lejos de la familia, pero cuando estás en el escenario, todo cobra sentido.
Para cumplir los sueños, no siempre basta con el talento: la disciplina marca la diferencia y abre puertas. Hay personas con recursos, pero sin constancia.
Por eso les digo a los niños y a quienes deseen vivir del arte que escuchen a su corazón y sigan sus sueños, sin importar lo que digan los demás. Lo importante es avanzar.

Kevin Ortiz formó parte de la Peridance Contemporary Dance Company, de Nueva York. (Foto cortesía: Fidi Dance New York)
¿Qué enseñanza le ha dejado vivir en Nueva York?
Vivir en Nueva York me mostró un mundo donde el arte se respeta. Incluso quienes no son artistas comprenden y valoran nuestro trabajo. Me impresionó que, por ejemplo, en el supermercado alguien supiera de mi disciplina y le diera valor.
Ese choque cultural me entristeció, porque en Guatemala, incluso las familias de los artistas no siempre comprenden el esfuerzo que implica este oficio.
Desde mi punto de vista, esa realidad es un motor. Me impulsa a cambiar las condiciones en Guatemala y a demostrar que, si es posible aquí, también puede serlo allá. Podemos construir un entorno donde, aunque no todos comprendan el oficio, al menos lo respeten.
Además, la educación artística en Guatemala carece de valores éticos y morales. Muchas veces fui violentado durante mi formación.
Al llegar a Nueva York, me sorprendió sentirme respetado. Me resultaba extraño que no hubiera gritos ni agresiones verbales durante las clases. Solo el hecho de sentirme seguro ya era algo nuevo.
Es muy duro notar esas diferencias, pero también creo que es posible cambiar. Tengo fe en construir un mundo mejor para el arte en Guatemala.

Bailarín principal del Ballet Moderno y Folclórico de Guatemala, del 2018 al 2021, donde representó al país en España y Francia. (Foto cortesía: Carolina Parra)
Del Miguel Ángel Asturias a Nueva York, su historia demuestra que un hombre en puntas también puede abrirse paso, aun contra la corriente.
“Donde hay pasión, la disciplina abre puertas”: Kevin Ortiz, del Ballet Moderno y Folclórico de Guatemala al Ballet de Nueva York
Del Miguel Ángel Asturias a Nueva York, su historia demuestra que un hombre en puntas también puede abrirse paso, aun contra la corriente.

Kevin Ortiz se ha consolidado como bailarín, actor e intérprete, con una trayectoria internacional que abarca Estados Unidos, Japón, México, España, Francia y Centroamérica.(Foto cortesía: Fidi Dance New York)
En puntas, con técnica y disciplina, Kevin Ortiz Lemus deslumbró desde el escenario del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias hasta consolidarse como uno de los referentes del ballet masculino guatemalteco, al destacar en escenarios internacionales.
Desde El Mezquital, una de las zonas más estigmatizadas del país, hasta los escenarios de Nueva York, Ortiz ha hecho del ballet su refugio, su pasión y su oficio. Aunque el inicio no fue fácil —confiesa—, la perseverancia y la disciplina lo llevaron a brillar fuera de Guatemala.
Su formación estuvo marcada por obstáculos y prejuicios, pero en su camino supo convertir cada crítica en un impulso para danzar con técnica, elegancia y sencillez, lo que le abrió las puertas al Brooklyn Ballet.
¿Cómo inició su historia con las artes?
Nací en una familia numerosa y con un fuerte espíritu artístico. Unos eran cantantes; otras, actrices. Ninguno se atrevió a profesionalizarse, debido al estigma social que promueve la idea de que del arte no se puede vivir. Desde niño fui extrovertido, me inclinaba por la danza y el teatro, y solía imitar a grandes figuras artísticas.
Mi lenguaje desde temprana edad fue el arte, y mi madre, mi primera aliada, me impulsó a seguir ese camino.
Al terminar el nivel básico, descubrí un bachillerato con especialidad en arte dramático. Afortunadamente, conocí a personas que me orientaron hasta llegar a la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde inicié mi formación profesional como artista, en el Bachillerato en Arte Dramático de la Escuela Nacional Carlos Figueroa Juárez.
Durante esa etapa tuve contacto con el teatro, y el entorno me acercó también a la danza, la música y la expresión corporal, ya que la escuela compartía espacio con el Ballet Moderno y Folclórico y el Ballet Nacional de Guatemala. Verlos ensayar despertaba algo profundo en mí.
El maestro Amadeo Alvizures me invitó a unirme a su compañía, Amadanza, con el apoyo de una beca. Ahí comencé como bailarín de danza contemporánea. Más adelante, obtuve otra beca, con Vanessa Rivera, para estudiar técnica clásica durante tres meses, y continué mi formación en Amadanza.
Luego ingresé en la Escuela de Danza Antonio Crespo Morales, donde cursé un diplomado enfocado en adultos. Al mismo tiempo, concluí el Bachillerato en Teatro. Me gradué con beca y obtuve otra en la Escuela Municipal de Danza Clásica. Formé parte de la Compañía Municipal de Danza Clásica y, en 2019, fui contratado por el Ballet Moderno y Folclórico del Ministerio de Cultura y Deportes.

La técnica de Ortiz combina el ballet clásico, la danza contemporánea, las tradiciones folclóricas y la expresión teatral. (Foto cortesía: Carolina Parra)
También fui bailarín invitado del Ballet Guatemala —hoy Ballet Nacional Krista Mertins— durante dos temporadas. Me entrené con maestros como Mauricio Fernández, quien me becó durante tres años, así como con Lizeth Aguilar-Stocklin, Miriam Morales y Liliana Costa.
Al concluir el bachillerato, el apoyo familiar disminuyó, pero encontré respaldo en mis maestros. Luego de mi paso por Ballet Guatemala, obtuve una plaza oficial en el Ballet Moderno y Folclórico, donde trabajé durante cinco años.
Durante la pandemia, audicioné para programas internacionales. Aunque no pude asistir a varios por falta de recursos, recibí una beca para estudiar en la International Peridance Dance School, en Nueva York. Con el apoyo de la maestra Lizeth Aguilar-Stocklin, Cecilia Dougherty Novella, Mauricio Fernández y la Fundación Paiz, logré trasladarme a esa ciudad.
Ahí cursé un programa para bailarines profesionales y recibí impulso de maestros y compañeros para audicionar en compañías locales. Me motivaron figuras como Claridad Martínez, bailarina cubana de renombre internacional, e Idal Perry, entre otras.
Tras finalizar el programa, comencé a trabajar con compañías como Brooklyn Ballet, Staten Island Ballet y Ballet Eloelle Grandiva —integrada exclusivamente por hombres que bailan en puntas—. También imparto clases en escuelas de Nueva York.
¿Cuál fue el principal reto que enfrentó?
El primer gran obstáculo fue ser hombre y querer bailar. En mi barrio, estudiar arte era sinónimo de burlas, insultos y estigmas. Aun así, persistí.
Otro reto importante fue entender que el ballet exige ciertas condiciones físicas específicas: flexibilidad, fuerza, rotación y empeine. Durante mi formación, descubrí que tenía condiciones físicas naturales para el ballet. Eso me motivó a continuar y confirmó que la danza era mi verdadera pasión.
Lo que antes fue motivo de burla, se convirtió en mi mayor fortaleza.
¿Cuál es la clave de su éxito y qué significa el baile para usted?
La clave de mi éxito ha sido la disciplina. El ballet me salvó, me dio estructura, propósito y una rutina que me alejó de un entorno social complicado. Es una disciplina que exige cuerpo, alma y mente.
Muchas veces, un artista debe hacer sacrificios para alcanzar sus sueños. Uno de ellos es estar lejos de la familia, pero cuando estás en el escenario, todo cobra sentido.
Para cumplir los sueños, no siempre basta con el talento: la disciplina marca la diferencia y abre puertas. Hay personas con recursos, pero sin constancia.
Por eso les digo a los niños y a quienes deseen vivir del arte que escuchen a su corazón y sigan sus sueños, sin importar lo que digan los demás. Lo importante es avanzar.

Kevin Ortiz formó parte de la Peridance Contemporary Dance Company, de Nueva York. (Foto cortesía: Fidi Dance New York)
¿Qué enseñanza le ha dejado vivir en Nueva York?
Vivir en Nueva York me mostró un mundo donde el arte se respeta. Incluso quienes no son artistas comprenden y valoran nuestro trabajo. Me impresionó que, por ejemplo, en el supermercado alguien supiera de mi disciplina y le diera valor.
Ese choque cultural me entristeció, porque en Guatemala, incluso las familias de los artistas no siempre comprenden el esfuerzo que implica este oficio.
Desde mi punto de vista, esa realidad es un motor. Me impulsa a cambiar las condiciones en Guatemala y a demostrar que, si es posible aquí, también puede serlo allá. Podemos construir un entorno donde, aunque no todos comprendan el oficio, al menos lo respeten.
Además, la educación artística en Guatemala carece de valores éticos y morales. Muchas veces fui violentado durante mi formación.
Al llegar a Nueva York, me sorprendió sentirme respetado. Me resultaba extraño que no hubiera gritos ni agresiones verbales durante las clases. Solo el hecho de sentirme seguro ya era algo nuevo.
Es muy duro notar esas diferencias, pero también creo que es posible cambiar. Tengo fe en construir un mundo mejor para el arte en Guatemala.

Bailarín principal del Ballet Moderno y Folclórico de Guatemala, del 2018 al 2021, donde representó al país en España y Francia. (Foto cortesía: Carolina Parra)
ARCHIVADO EN:
Prensa Libre | Vida