Podemos lograrlo

Editorial

Podemos lograrlo

Hay que pasar de la costumbre dañina a la acción ejemplar en favor del ambiente del cual vienen aire, agua y alimentos.


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El célebre oceanógrafo Jacques Cousteau (1910-1997), francés convertido en ciudadano universal gracias a su convicción por salvar los océanos, decía: “Si seguimos tirando basura al mar, nos convertiremos en basura”. Las inmensas islas de basura en el océano lo confirman. La del Atlántico Norte y la del Pacífico tienen, cada una, tres veces la extensión de Centroamérica y siguen creciendo. En su mayoría están compuestas de desechos plásticos de todo tipo provenientes de muchos países y arrastrados hasta estos lugares por las corrientes marinas: una vergüenza total para la “civilización” porque ningún otro ser vivo en la Tierra ha generado tales desechos.

Pero no hay que viajar hasta la mitad de los océanos para presenciar la barbarie de irresponsabilidad, ignorancia y necedad ambiental. Basta ver el río Las Vacas, que a principios del siglo XX aún era destino de días de campo, pero hoy es un colosal basurero flotante que lleva desechos al mar. No hay red que alcance a detenerlos, porque “Si seguimos tirando basura al mar…”.

En tono indolente, alguien o algún grupo podrá decir que no es su problema o “que lo resuelvan las autoridades”, cuando están a la vista actitudes negligentes de alcaldes que intentaron frenar, por pura politiquería y clientelismo barato —también estulticia— el Reglamento para la Disposición de Desechos Sólidos, que cobra vigencia el 11 de febrero próximo y que establece la obligatoriedad de que cada hogar clasifique su basura. Gracias a rebajas mediocres quedó estipulado separar los desechos orgánicos de los inorgánicos; lo correcto habría sido clasificar orgánicos, papel, plástico y vidrio. Por algo se empieza, aunque ya vamos tarde.

Muchos guatemaltecos conscientes han buscado información en redes sociales, cursos y talleres de clasificación de desechos; existen vecinos visionarios que capacitan a otros para crear un hábito que puede salvar las fuentes de agua de nuestros hijos y nietos. No faltan quienes ven con desdén la clasificación de basura; incluso puede haber aún intentos de impugnar la vigencia del reglamento, pero eso únicamente indicaría que quieren seguir tirando basura porque son…

En el ascenso a cumbres emblemáticas del país se pueden encontrar restos de basura de visitantes; a la orilla de lagos tan icónicos como Atitlán, Petén Itzá o Izabal flotan envases y empaques; no digamos en Amatitlán, porque su tragedia es profética acerca de lo que ocurrirá si no se cambia la necedad colectiva. En carreteras de todo el país se siguen lanzando bolsas con basura, por la infame resistencia a pagar un servicio de recolección o por la abyecta creencia de que tirándola lejos no perjudicará a nadie, cuando en realidad un hijo o nieto necesitará quizás del agua contaminada.

Podemos lograr este cambio. Se debe empujar y defender. Se debe valorar y respetar la labor de los recolectores, que tendrán también su propia logística para contribuir a esta separación básica. Usualmente se menciona que para crear un hábito se necesitan 21 días, y por ello son valiosas las iniciativas como Eco Reto 21, que difunde instrucciones prácticas por redes sociales. Hay que pasar de la costumbre dañina a la acción ejemplar en favor del ambiente del cual vienen aire, agua y alimentos. Porque si le seguimos tirando basura, un día no seremos nada.

 Hay que pasar de la costumbre dañina a la acción ejemplar en favor del ambiente del cual vienen aire, agua y alimentos.  

Editorial

Podemos lograrlo

Hay que pasar de la costumbre dañina a la acción ejemplar en favor del ambiente del cual vienen aire, agua y alimentos.

El célebre oceanógrafo Jacques Cousteau (1910-1997), francés convertido en ciudadano universal gracias a su convicción por salvar los océanos, decía: “Si seguimos tirando basura al mar, nos convertiremos en basura”. Las inmensas islas de basura en el océano lo confirman. La del Atlántico Norte y la del Pacífico tienen, cada una, tres veces la extensión de Centroamérica y siguen creciendo. En su mayoría están compuestas de desechos plásticos de todo tipo provenientes de muchos países y arrastrados hasta estos lugares por las corrientes marinas: una vergüenza total para la “civilización” porque ningún otro ser vivo en la Tierra ha generado tales desechos.

Pero no hay que viajar hasta la mitad de los océanos para presenciar la barbarie de irresponsabilidad, ignorancia y necedad ambiental. Basta ver el río Las Vacas, que a principios del siglo XX aún era destino de días de campo, pero hoy es un colosal basurero flotante que lleva desechos al mar. No hay red que alcance a detenerlos, porque “Si seguimos tirando basura al mar…”.

En tono indolente, alguien o algún grupo podrá decir que no es su problema o “que lo resuelvan las autoridades”, cuando están a la vista actitudes negligentes de alcaldes que intentaron frenar, por pura politiquería y clientelismo barato —también estulticia— el Reglamento para la Disposición de Desechos Sólidos, que cobra vigencia el 11 de febrero próximo y que establece la obligatoriedad de que cada hogar clasifique su basura. Gracias a rebajas mediocres quedó estipulado separar los desechos orgánicos de los inorgánicos; lo correcto habría sido clasificar orgánicos, papel, plástico y vidrio. Por algo se empieza, aunque ya vamos tarde.

Muchos guatemaltecos conscientes han buscado información en redes sociales, cursos y talleres de clasificación de desechos; existen vecinos visionarios que capacitan a otros para crear un hábito que puede salvar las fuentes de agua de nuestros hijos y nietos. No faltan quienes ven con desdén la clasificación de basura; incluso puede haber aún intentos de impugnar la vigencia del reglamento, pero eso únicamente indicaría que quieren seguir tirando basura porque son…

En el ascenso a cumbres emblemáticas del país se pueden encontrar restos de basura de visitantes; a la orilla de lagos tan icónicos como Atitlán, Petén Itzá o Izabal flotan envases y empaques; no digamos en Amatitlán, porque su tragedia es profética acerca de lo que ocurrirá si no se cambia la necedad colectiva. En carreteras de todo el país se siguen lanzando bolsas con basura, por la infame resistencia a pagar un servicio de recolección o por la abyecta creencia de que tirándola lejos no perjudicará a nadie, cuando en realidad un hijo o nieto necesitará quizás del agua contaminada.

Podemos lograr este cambio. Se debe empujar y defender. Se debe valorar y respetar la labor de los recolectores, que tendrán también su propia logística para contribuir a esta separación básica. Usualmente se menciona que para crear un hábito se necesitan 21 días, y por ello son valiosas las iniciativas como Eco Reto 21, que difunde instrucciones prácticas por redes sociales. Hay que pasar de la costumbre dañina a la acción ejemplar en favor del ambiente del cual vienen aire, agua y alimentos. Porque si le seguimos tirando basura, un día no seremos nada.

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 Prensa Libre | Guatemala

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