Leyendas de Semana Santa: Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Escenario

Leyendas de Semana Santa: Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Condenado a vagar eternamente por las calles de los viejos barrios de Guatemala, Sixto Pérez recorre las noches en su carruaje maldito, atrapado entre el mundo de los vivos y el de los condenados.

Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Leyendas de Semana Santa: Don Sixto Pérez y el carruaje maldito. (Ilustración Prensa Libre: Marcos Gálvez)


Foto:

Por los viejos barrios de la ciudad de Guatemala, se cuenta que aún resuena el inquietante eco de las ruedas de la carreta maldita de don Sixto Pérez. Dicen que, cuando la noche cae y el silencio se apodera de las calles, su carruaje cruza la oscuridad en busca de las almas que se han entregado al exceso de la bebida.

A su paso, deja un rastro de azufre, un hedor que delata la presencia de la muerte y de los caballos infernales que arrastran su condena eterna.

Los abuelos contaban que el alma de Sixto Pérez quedó atrapada en el inframundo, incapaz de encontrar descanso. Su castigo es consecuencia de un pacto diabólico, pues vendió su alma al demonio a cambio de una libertad efímera. Desde entonces, cada galope de sus caballos malditos es un recordatorio del precio que paga por sus pecados, un tributo eterno por haber desafiado la fe y burlado la devoción de los creyentes.

La historia también relata que Sixto Pérez fue el verdugo del expresidente Justo Rufino Barrios, quien lo utilizaba para ejecutar sus órdenes más oscuras y mantener sus manos limpias. Se dice que participó en la violenta expulsión de órdenes religiosas, como franciscanos, dominicos y mercedarios, cuyos ideales no coincidían con los principios de la Revolución Liberal.

Sin embargo, Pérez, cegado por su crueldad, fue más allá de lo que Barrios le pedía, castigando y atormentando a los devotos del centro histórico con una maldad que lo llevó a sellar su destino.

Sixto Pérez: el verdugo condenado a vagar por la eternidad

Después de la Revolución Liberal de 1871, que puso fin al gobierno conservador de los 30 años, Justo Rufino Barrios llegó al poder con una visión de cambio. Decidido a romper con el control religioso que había dominado el país, ordenó la expulsión de sacerdotes y monjas que se oponían a las ideas liberales. Pero, para no ensuciarse las manos, encomendó esta tarea a Sixto Pérez, un hombre despiadado y sin escrúpulos, quien no solo cumplió las órdenes, sino que las llevó más allá de lo que Barrios había solicitado.

La historia cuenta que la condena de Sixto Pérez comenzó un Viernes Santo, cuando la solemne procesión del Santo Entierro de Santo Domingo recorría las calles del centro histórico.

Eran más de las 15 horas y el anda, llevada en hombros por los cucuruchos, avanzaba entre incienso y rezos. De repente, un estruendo rompió el silencio sagrado. Por la quinta calle, frente al atrio de La Merced, apareció un carruaje tirado por dos caballos negros que avanzaba a toda velocidad.

Sobre el carruaje iba Sixto Pérez, borracho y descontrolado, maltratando a quienes se cruzaban en su camino y burlándose de la solemnidad del momento. Algunos dicen que los cucuruchos, al intentar evitar que atropellara el anda, la dejaron caer en medio del desconcierto. Este sacrilegio selló su destino.

Procesión del Santo Entierro de Santo Domingo del Viernes Santo de 1963. (Foto: Prensa Libre / Hemeroteca)

Tras ser capturado y al darse cuenta de que sus influencias no podían liberarlo, Sixto Pérez tomó la peor decisión: vendió su alma al diablo a cambio de su libertad. Sin embargo, su excesivo consumo de alcohol lo llevó a incumplir el pacto, y el diablo, enfurecido, cobró su deuda condenándolo a vagar eternamente.

Desde entonces, se dice que Sixto Pérez quedó atrapado en el limbo, condenado a recorrer las calles de La Merced, El Sagrario, La Recolección y El Zapote en su carruaje maldito, buscando atormentar a las almas que, como él, cayeron en el exceso y desafiaron la fe.

Los abuelos advierten que si alguna vez, en la quietud de la madrugada, escuchas el chirriar de ruedas sobre los adoquines y percibes un intenso olor a azufre, no sigas tu camino. Puede que sea el carruaje de Sixto Pérez, quien aún busca redimir su alma, cobrando las de aquellos que, como él, traspasaron los límites del bien y del mal, leyenda que fue retratada en el libro Cuentos y leyendas de Guatemala, de Francisco Barnoya Gálvez.

De la realidad a la leyenda: la historia de Sixto Pérez

Como ocurre con muchas leyendas guatemaltecas, la historia de Sixto Pérez nació de hechos reales que, con el paso del tiempo, fueron transformándose en un relato lleno de misterio y advertencias. Óscar Cano, periodista, director y fundador de Duende del Ático, destaca que esta leyenda tiene raíces históricas y que la figura de Sixto Pérez realmente existió, lo que podría confirmarse con registros de su ingreso a la penitenciaría.

Cano dice que Inicialmente, la leyenda era conocida como “el carruaje piloto” y que con el tiempo se fue perdiendo el verdadero nombre del piloto. Fue el historiador y escritor Francisco Barnoya Gálvez quien identificó al protagonista de esta historia: Sixto Pérez, conocido entre los abuelos como “el verdugo de Justo Rufino Barrios”, un hombre despiadado que ejecutaba las órdenes más oscuras del presidente para evitar que este se manchara las manos.

La historia nos sitúa en 1871, detalla Cano, después de la Revolución Liberal, cuando Barrios llegó al poder y expulsó del país a órdenes religiosas, como los franciscanos, dominicos y mercedarios, cuyo pensamiento no coincidía con los ideales liberales.

Abuelos relatan que, durante el gobierno de Barrios, Sixto Pérez se encargó de expulsar a sacerdotes y monjas de Guatemala. (Ilustración: Shutterstock)

En ese contexto, también fue desterrado el clan Aycinena, un influyente grupo conservador que se oponía a las reformas de Barrios. La expulsión de esta familia coincide con la época de Sixto Pérez, quien desempeñaba el papel de informante, verdugo y carrocero de Barrios, lo que podría respaldar su implicación en estos hechos dice Cano.

Un hombre sin alma

Sixto Pérez no solo cumplía órdenes, sino que también se excedía, ganándose la fama de ser cruel y despiadado según enmarcan los relatos. Su destino quedó sellado un Viernes Santo, cuando, borracho y fuera de control, irrumpió en la procesión del Santo Entierro de Santo Domingo. El carruaje tirado por dos caballos negros irrumpió entre el incienso y los rezos, mientras Pérez gritaba desafiante:

“¡Aquí está Justo Rufino Barrios, cachurecos cabrones!”

Al intentar evitar el atropello, los cucuruchos dejaron caer el anda del Sepultado, provocando un sacrilegio que enfureció a la comunidad, relatan alguna versiones.

Se cuenta que Sixto Pérez era un hombre moreno, de bigote prominente, que odiaba a los creyentes al punto de amenazarlos con violencia para que abandonaran Guatemala. (Ilustración: Shutterstock)

El pacto que lo condenó

Existen dos versiones sobre cómo Sixto Pérez perdió su alma:

La primera relata que, tras ser encarcelado por sus blasfemias, Pérez, confiado en sus influencias, pensó que sería liberado pronto. Sin embargo, al darse cuenta de que no saldría fácilmente, hizo un pacto con el diablo para obtener su libertad. Este pacto lo condenó a convertirse en un esbirro de Satanás, condenado a vagar eternamente como castigo.

La segunda versión dice que la culpa lo consumió. Al regresar a su casa, comenzó a tener visiones y pesadillas que lo atormentaban. Días después, cuando los hombres de Barrios fueron a buscarlo, solo encontraron un fuerte olor a azufre, señal inequívoca de que el diablo había cobrado su alma.

Desde entonces, cuenta la leyenda que todos los Viernes Santo, entre las 15 horas y el amanecer del Sábado Santo, el alma en pena de Sixto Pérez recorre las inmediaciones de La Merced, acompañado del galopar de sus caballos negros y un intenso olor a azufre que envuelve las calles. Los trasnochadores aseguran que si escuchas el chirriar de ruedas en la madrugada y percibes ese hedor infernal, es mejor alejarte, pues podría ser el carruaje maldito de Sixto Pérez.

Tras incumplir el pacto que había hecho con el diablo, Sixto fue condenado a convertirse en un esbirro de Satanás, destinado a vagar eternamente como castigo. (Ilustración: Shutterstock)

El mensaje detrás de la leyenda

El antropólogo y escritor Celso Lara también recopiló esta leyenda bajo el nombre de “el carro de piloto”. Según Lara, el protagonista era “un bolo, mulero de El Zapote, que por sus malas acciones se lo ganó el diablo y ahora asusta a quienes se exceden con la bebida”. Esta figura del “piloto” simboliza una advertencia para aquellos que abusan del alcohol, ya que, según la tradición oral, solo los borrachos tienen el privilegio de ver al carruaje de piloto.

Lara detalla que el proceso de folklorización hizo que el nombre de Sixto Pérez se perdiera en la memoria colectiva, dejando solo el título de su oficio. El mensaje de esta leyenda es claro: quien se excede en la bebida puede terminar atrapado entre el bien y el mal, como le ocurrió a Sixto Pérez.

En palabras de los abuelos: “El que ha chupado con ganas, además de ver al Cadejo, puede ver al carro de piloto, que va trastabillando por la calle del estanco de tabaco todos los viernes, moviendo su luz verde.”

Así, el carruaje de Sixto Pérez sigue recorriendo las calles, recordando a los trasnochadores que algunos pecados nunca quedan impunes.

 Condenado a vagar eternamente por las calles de los viejos barrios de Guatemala, Sixto Pérez recorre las noches en su carruaje maldito, atrapado entre el mundo de los vivos y el de los condenados.  Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Escenario

Leyendas de Semana Santa: Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Condenado a vagar eternamente por las calles de los viejos barrios de Guatemala, Sixto Pérez recorre las noches en su carruaje maldito, atrapado entre el mundo de los vivos y el de los condenados.

Don Sixto Pérez y el carruaje maldito

Leyendas de Semana Santa: Don Sixto Pérez y el carruaje maldito. (Ilustración Prensa Libre: Marcos Gálvez)


Foto:

Por los viejos barrios de la ciudad de Guatemala, se cuenta que aún resuena el inquietante eco de las ruedas de la carreta maldita de don Sixto Pérez. Dicen que, cuando la noche cae y el silencio se apodera de las calles, su carruaje cruza la oscuridad en busca de las almas que se han entregado al exceso de la bebida.

A su paso, deja un rastro de azufre, un hedor que delata la presencia de la muerte y de los caballos infernales que arrastran su condena eterna.

Los abuelos contaban que el alma de Sixto Pérez quedó atrapada en el inframundo, incapaz de encontrar descanso. Su castigo es consecuencia de un pacto diabólico, pues vendió su alma al demonio a cambio de una libertad efímera. Desde entonces, cada galope de sus caballos malditos es un recordatorio del precio que paga por sus pecados, un tributo eterno por haber desafiado la fe y burlado la devoción de los creyentes.

La historia también relata que Sixto Pérez fue el verdugo del expresidente Justo Rufino Barrios, quien lo utilizaba para ejecutar sus órdenes más oscuras y mantener sus manos limpias. Se dice que participó en la violenta expulsión de órdenes religiosas, como franciscanos, dominicos y mercedarios, cuyos ideales no coincidían con los principios de la Revolución Liberal.

Sin embargo, Pérez, cegado por su crueldad, fue más allá de lo que Barrios le pedía, castigando y atormentando a los devotos del centro histórico con una maldad que lo llevó a sellar su destino.

Sixto Pérez: el verdugo condenado a vagar por la eternidad

Después de la Revolución Liberal de 1871, que puso fin al gobierno conservador de los 30 años, Justo Rufino Barrios llegó al poder con una visión de cambio. Decidido a romper con el control religioso que había dominado el país, ordenó la expulsión de sacerdotes y monjas que se oponían a las ideas liberales. Pero, para no ensuciarse las manos, encomendó esta tarea a Sixto Pérez, un hombre despiadado y sin escrúpulos, quien no solo cumplió las órdenes, sino que las llevó más allá de lo que Barrios había solicitado.

La historia cuenta que la condena de Sixto Pérez comenzó un Viernes Santo, cuando la solemne procesión del Santo Entierro de Santo Domingo recorría las calles del centro histórico.

Eran más de las 15 horas y el anda, llevada en hombros por los cucuruchos, avanzaba entre incienso y rezos. De repente, un estruendo rompió el silencio sagrado. Por la quinta calle, frente al atrio de La Merced, apareció un carruaje tirado por dos caballos negros que avanzaba a toda velocidad.

Sobre el carruaje iba Sixto Pérez, borracho y descontrolado, maltratando a quienes se cruzaban en su camino y burlándose de la solemnidad del momento. Algunos dicen que los cucuruchos, al intentar evitar que atropellara el anda, la dejaron caer en medio del desconcierto. Este sacrilegio selló su destino.

Procesión del Santo Entierro de Santo Domingo del Viernes Santo de 1963. (Foto: Prensa Libre / Hemeroteca)

Tras ser capturado y al darse cuenta de que sus influencias no podían liberarlo, Sixto Pérez tomó la peor decisión: vendió su alma al diablo a cambio de su libertad. Sin embargo, su excesivo consumo de alcohol lo llevó a incumplir el pacto, y el diablo, enfurecido, cobró su deuda condenándolo a vagar eternamente.

Desde entonces, se dice que Sixto Pérez quedó atrapado en el limbo, condenado a recorrer las calles de La Merced, El Sagrario, La Recolección y El Zapote en su carruaje maldito, buscando atormentar a las almas que, como él, cayeron en el exceso y desafiaron la fe.

Los abuelos advierten que si alguna vez, en la quietud de la madrugada, escuchas el chirriar de ruedas sobre los adoquines y percibes un intenso olor a azufre, no sigas tu camino. Puede que sea el carruaje de Sixto Pérez, quien aún busca redimir su alma, cobrando las de aquellos que, como él, traspasaron los límites del bien y del mal, leyenda que fue retratada en el libro Cuentos y leyendas de Guatemala, de Francisco Barnoya Gálvez.

De la realidad a la leyenda: la historia de Sixto Pérez

Como ocurre con muchas leyendas guatemaltecas, la historia de Sixto Pérez nació de hechos reales que, con el paso del tiempo, fueron transformándose en un relato lleno de misterio y advertencias. Óscar Cano, periodista, director y fundador de Duende del Ático, destaca que esta leyenda tiene raíces históricas y que la figura de Sixto Pérez realmente existió, lo que podría confirmarse con registros de su ingreso a la penitenciaría.

Cano dice que Inicialmente, la leyenda era conocida como “el carruaje piloto” y que con el tiempo se fue perdiendo el verdadero nombre del piloto. Fue el historiador y escritor Francisco Barnoya Gálvez quien identificó al protagonista de esta historia: Sixto Pérez, conocido entre los abuelos como “el verdugo de Justo Rufino Barrios”, un hombre despiadado que ejecutaba las órdenes más oscuras del presidente para evitar que este se manchara las manos.

La historia nos sitúa en 1871, detalla Cano, después de la Revolución Liberal, cuando Barrios llegó al poder y expulsó del país a órdenes religiosas, como los franciscanos, dominicos y mercedarios, cuyo pensamiento no coincidía con los ideales liberales.

Abuelos relatan que, durante el gobierno de Barrios, Sixto Pérez se encargó de expulsar a sacerdotes y monjas de Guatemala. (Ilustración: Shutterstock)

En ese contexto, también fue desterrado el clan Aycinena, un influyente grupo conservador que se oponía a las reformas de Barrios. La expulsión de esta familia coincide con la época de Sixto Pérez, quien desempeñaba el papel de informante, verdugo y carrocero de Barrios, lo que podría respaldar su implicación en estos hechos dice Cano.

Un hombre sin alma

Sixto Pérez no solo cumplía órdenes, sino que también se excedía, ganándose la fama de ser cruel y despiadado según enmarcan los relatos. Su destino quedó sellado un Viernes Santo, cuando, borracho y fuera de control, irrumpió en la procesión del Santo Entierro de Santo Domingo. El carruaje tirado por dos caballos negros irrumpió entre el incienso y los rezos, mientras Pérez gritaba desafiante:

“¡Aquí está Justo Rufino Barrios, cachurecos cabrones!”

Al intentar evitar el atropello, los cucuruchos dejaron caer el anda del Sepultado, provocando un sacrilegio que enfureció a la comunidad, relatan alguna versiones.

Se cuenta que Sixto Pérez era un hombre moreno, de bigote prominente, que odiaba a los creyentes al punto de amenazarlos con violencia para que abandonaran Guatemala. (Ilustración: Shutterstock)

El pacto que lo condenó

Existen dos versiones sobre cómo Sixto Pérez perdió su alma:

La primera relata que, tras ser encarcelado por sus blasfemias, Pérez, confiado en sus influencias, pensó que sería liberado pronto. Sin embargo, al darse cuenta de que no saldría fácilmente, hizo un pacto con el diablo para obtener su libertad. Este pacto lo condenó a convertirse en un esbirro de Satanás, condenado a vagar eternamente como castigo.

La segunda versión dice que la culpa lo consumió. Al regresar a su casa, comenzó a tener visiones y pesadillas que lo atormentaban. Días después, cuando los hombres de Barrios fueron a buscarlo, solo encontraron un fuerte olor a azufre, señal inequívoca de que el diablo había cobrado su alma.

Desde entonces, cuenta la leyenda que todos los Viernes Santo, entre las 15 horas y el amanecer del Sábado Santo, el alma en pena de Sixto Pérez recorre las inmediaciones de La Merced, acompañado del galopar de sus caballos negros y un intenso olor a azufre que envuelve las calles. Los trasnochadores aseguran que si escuchas el chirriar de ruedas en la madrugada y percibes ese hedor infernal, es mejor alejarte, pues podría ser el carruaje maldito de Sixto Pérez.

Tras incumplir el pacto que había hecho con el diablo, Sixto fue condenado a convertirse en un esbirro de Satanás, destinado a vagar eternamente como castigo. (Ilustración: Shutterstock)

El mensaje detrás de la leyenda

El antropólogo y escritor Celso Lara también recopiló esta leyenda bajo el nombre de “el carro de piloto”. Según Lara, el protagonista era “un bolo, mulero de El Zapote, que por sus malas acciones se lo ganó el diablo y ahora asusta a quienes se exceden con la bebida”. Esta figura del “piloto” simboliza una advertencia para aquellos que abusan del alcohol, ya que, según la tradición oral, solo los borrachos tienen el privilegio de ver al carruaje de piloto.

Lara detalla que el proceso de folklorización hizo que el nombre de Sixto Pérez se perdiera en la memoria colectiva, dejando solo el título de su oficio. El mensaje de esta leyenda es claro: quien se excede en la bebida puede terminar atrapado entre el bien y el mal, como le ocurrió a Sixto Pérez.

En palabras de los abuelos: “El que ha chupado con ganas, además de ver al Cadejo, puede ver al carro de piloto, que va trastabillando por la calle del estanco de tabaco todos los viernes, moviendo su luz verde.”

Así, el carruaje de Sixto Pérez sigue recorriendo las calles, recordando a los trasnochadores que algunos pecados nunca quedan impunes.

 Prensa Libre | Vida 

Te puede interesar