El día que conoció a Donald Trump, el cubano Enrique Tur llevaba encima un cansancio de 15 horas en las que manejó un Ford azul rentado desde su casa en Rockwall, Texas, hasta Asheville, al oeste de Carolina del Norte. Nada en él, sin embargo, mostraba señales de agotamiento. Estaba impecable, con su camisa blanca y ligera, el pantalón negro, un crucifijo colgante en la oreja izquierda y el pelo intacto, moldeado con algún tipo de fijador. Hacía unas semanas el fotorreportero Evan Vucci había capturado la icónica foto del candidato republicano durante un mitin de campaña en Pensilvania: un Trump invencible, custodiado por algunos de sus escoltas, que levanta el puño con la bandera estadounidense de fondo mientras unas líneas de sangre le salpican el rostro.
El 68% de los electores de la isla lo harán por el republicano, el doble del apoyo que le dieron en 2016
El día que conoció a Donald Trump, el cubano Enrique Tur llevaba encima un cansancio de 15 horas en las que manejó un Ford azul rentado desde su casa en Rockwall, Texas, hasta Asheville, al oeste de Carolina del Norte. Nada en él, sin embargo, mostraba señales de agotamiento. Estaba impecable, con su camisa blanca y ligera, el pantalón negro, un crucifijo colgante en la oreja izquierda y el pelo intacto, moldeado con algún tipo de fijador. Hacía unas semanas el fotorreportero Evan Vucci había capturado la icónica foto del candidato republicano durante un mitin de campaña en Pensilvania: un Trump invencible, custodiado por algunos de sus escoltas, que levanta el puño con la bandera estadounidense de fondo mientras unas líneas de sangre le salpican el rostro.
El intento de asesinato de Thomas Matthew Crooks –que terminó hiriendo la oreja derecha del expresidente con su fusil semiautomático AR-15, un incidente que hizo titubear a los votantes y pensar a los expertos que casi tenía las elecciones ganadas- llamó la atención de Enrique. Se fue al estudio donde trabaja como tatuador a las afueras de Dallas, agarró la foto de Vucci, hizo un óleo casi exacto de 30 x 44 pulgadas y luego averiguó dónde quedaba el rally más cercano para entregárselo a Trump.
Rentó el Ford azul, se despidió de su esposa y sus hijos, y manejó cuanto pudo para estar a tiempo en el Auditorio Thomas Wolfe del Harrah’s Cherokee Center el 14 de agosto. “Llegué, estaba nervioso, solo. Allí había muchas personas americanas, blancas, me sentía fuera de lugar, pero dije, bueno, yo vine a traer lo que yo hago, no le tengo que agradar a nadie”, cuenta. “Tragué en seco, me puse mis gafas para no tener contacto visual y rompí la envoltura del cuadro”.
Minutos después, Enrique era la sensación de los republicanos asistentes al mitin, de la prensa local, de los guardias de seguridad, que lo condujeron a un salón para que le diera el regalo al candidato.
Enrique dice que conocer a Trump es como conocer, digamos, a un abuelo. Luce más joven en persona, se muestra agradable, le estrechó la mano al menos siete veces. Es alto. El mismo Trump se lo hizo notar cuando se paró a su lado y comparó su estatura de 1,92 cm con la de Enrique, de 1,75. También fue extremadamente elogioso con su pintura, incluso regañó a un guardia que le encajó los dedos al cuadro por la parte trasera, algo que a Enrique le hizo pensar que Trump no solo era un conocedor de arte, sino que era un tipo sensible.
Trump le lanzó algunas preguntas en inglés que Enrique respondió como pudo, porque dice que las palabras no le salían. Cree, no obstante, que valió la pena. Fue como si de repente repasara toda su vida última: el día que dejó su casa de Palma Soriano, al oriente de Cuba; cuando cruzó la frontera a los 24 años; o sus primeros y muchos trabajos como constructor, camionero, barbero, cocinero o enmarcador de cuadros. Hoy está a las puertas de su primer voto y es, sin dudas, para Trump, un tipo exitoso que ha lanzado más de una frase motivacional que resuena con fuerza en sus oídos.
El artista cubano Enrique Tur le entrega a Donald Trump una pintura al óleo con la escena del atentado de asesinato del candidato republicano.Cortesía
“Como cuando dice Never give up, nunca te rindas, esa frase siempre la mantengo en mi cabeza. Él mismo nunca se ha rendido, es millonario, lo han intentado matar tres veces, es alguien a quien tú puedes admirar”, dice Enrique.
También cree que Trump es el único candidato que puede garantizar un cambio para Cuba. “A Trump le gusta ser el primero en todo lo que hace. Quiero que nos ayude a salir de esto, a recuperar nuestra tierra,. La que sí no va a hacer nada por Cuba es la otra. Esa mujer no está preparada para ser presidenta”.
No es el único que lo cree. Gran parte de la comunidad cubana en Estados Unidos, unos 2,5 millones de ciudadanos, la mayoría asentados en el sur de Florida, votará por el candidato republicano en un Estado que los demócratas hace tiempo dieron por perdido. La recién publicada encuesta de la Universidad Internacional de Florida confirma lo que ya se notaba en las calles, en las vallas publicitarias de la autopista Palmetto o en el barco que se pasea con una cabeza gigantesca de Trump por las aguas de la bahía de Miami: que el 68% de los votantes cubanoamericanos lo harán por el republicano, el doble del apoyo que le dieron en 2016, mientras que un 23% pretende hacerlo por Kamala Harris. Un 5% de los votantes aún está indeciso.
La frustración eterna
La encuesta de FIU arroja otras luces interesantes sobre el votante cubano: los partidarios de Harris son más jóvenes que los de Trump; y la demócrata también se agencia a los votantes con una mayor educación universitaria. En general, a todos les interesa más que nada la economía, están preocupados por cuánto les sube la renta, el costo de la gasolina, comprar en el supermercado o averiguar si el aumento de la inflación les va a seguir reduciendo su salario. Luego les ocupa la atención médica o la inmigración y, por supuesto, la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba.
El grueso del votante cubano se pregunta si el próximo presidente podrá o no cambiar el futuro de la isla. Muchos coinciden en que su voto es un voto hacia afuera, un voto directo de Miami a La Habana. Jorge Duany, director del Instituto de Investigaciones cubanas y profesor de Antropología en el Departamento de Estudios Globales y Socioculturales de la Universidad de la Florida, lo describe como un voto “muy diverso, en la medida en que es diversa también la comunidad, diversa en cuanto a su composición por edad, por género, por año de llegada a Estados Unidos, por clases social, raza, lugar de residencia”, explica. “Pero al mismo tiempo hay una tendencia dominante hacia el conservadurismo y una afiliación muy clara con el partido Republicano y su candidato presidencial”.
Desde la emigración cubana que llegó con el Triunfo de la Revolución en la década de los sesenta, el partido republicano puso toda su intención en ganarse el voto cubano, cuando enviaba a sus representantes a las primeras ceremonias de naturalización. “El esfuerzo de reclutamiento empezó ahí”, dice Michael Bustamante, profesor de la Universidad de Miami y autor del libro Cuban Memory Wars. Otros estudiosos sitúan el giro republicano en el contexto de la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, cuando John F. Kennedy no autorizó el ataque aéreo que apoyaría a los cubanos exiliados en su lucha contra las milicias castristas.
“Muchos cubanos en esa época se sintieron traicionados por la administración de Kennedy y por el partido demócrata y se fueron moviendo, poco a poco, hacia el partido republicano”, dice Duany. Pero si el investigador tuviera que situar un momento clave del voto cubano, diría que son los años ochenta, durante la administración del republicano Ronald Reagan, quien, según él, cautivó a la mayoría de los exiliados.
Reagan hizo lo mismo que han hecho luego otros candidatos: tomarse un café en el popular restaurante Versailles, ícono del barrio La Pequeña Habana. Trump acató la tradición y el año pasado, tras comparecer en una corte federal donde se declaró inocente de 37 cargos por manejo indebido de documentos clasificados, llegó al Versailles y pidió un café cubano y croquetas, mientras sus seguidores le cantaron Happy Birthday por su cumpleaños 77.
Sin embargo Joe Biden, quien en estos años no tuvo a Cuba en su agenda de prioridades, visitó Miami solo al final de la campaña. “Cuando finalmente Biden vino a aparecer aquí, se organizó un evento en el club Ball and Chain, en la Pequeña Habana, un lugar al que va la gente más o menos de cierto poder, pero no fue a Hialeah, donde están los votantes, donde están los afiliados a Obamacare, un programa que Trump ha querido eliminar varias veces. Les hemos dicho que no están yendo a donde están los votantes, que tienen que invertir dinero”, sostiene Busatamente.
Trump también ha coqueteado de otras formas con los cubanos: una vez se dejó ver en Miami ondeando una bandera cubana; en otra ocasión apareció junto a Melania en la biblioteca de la Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos y dijo, sabiendo que sus palabras podían complacer a los oyentes, que su política consistía en “mantener la presión sobre Castro”. Por si fuera poco, el año pasado Trump ofreció un mitin en el Milander Park, un parque de Hialeah, una ciudad republicana donde el 95% de su población hispana es en su mayoría cubana, y donde ondean las banderas gringas en los techos de los negocios de venta de ropa, comida y medicinas para Cuba.
Bustamante cree que el discurso de Trump establece una conexión emocional con una parte del electorado cubano. “Cuando Trump o su equipo viene a Miami a predicar ese mensaje muy fuerte en contra del socialismo, conecta con la gente, con la frustración que llevan, y eso basta. La gente se conecta con el discurso que achaca a Obama todos los males del problema y la retórica antisocialista. Y no hay un partido demócrata local fuerte para tratar de responder a ese mensajes”.
Exiliados cubanos se reúnen en el barrio de la Pequeña Habana de Miami, en una manifestación contra en Gobierno de Cuba, en julio de 2021.Marta Lavandier (AP)
La excepción demócrata
Ni todos los cubanos son republicanos, ni todos los republicanos son trumpistas, pero sin dudas Trump tiene un fuerte bastión en el sur de la Florida, donde hay toda una identidad creada. Gente que pone la bandera con su nombre en el jardín de la casa; que usa troca o camioneta estilo pick up; que guarda con orgullo sus AR-15 por si no logran levantar el muro fronterizo y aumenta la criminalidad en el país. Están los que a una pregunta sobre el aborto responden: ¿y por qué entonces sí es obligado ponerse el cinturón de seguridad? Los que escuchan (o no) al influencer Alexander Otaola; los que insultan si se menciona a Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez y dicen que el socialismo, o peor, el comunismo, llegará a Estados Unidos de mano de los demócratas.
De presidente, Trump volvió al discurso de Guerra Fría y revirtió la política de acercamiento hacia Cuba que facilitó Barack Obama, a quien, quizás como nunca antes, el electorado cubano apoyó en las elecciones de 2012, el momento más demócrata de este voto, con un 49% a su favor.
“En la época Obama estábamos viendo una diversificación del voto cubano”, asegura Bustamante. “Parte de lo que se esperaba, de un cambio generacional del voto cubano, tenía que ver con el crecimiento de dos o tres generaciones de cubanoamericanso nacidos en este país, que heredan el trauma de su familia, pero que tenían otras perspectivas. ¿Qué ha pasado en los últimos años? Es una pregunta que hay que investigar”. Gran parte de los cubanoamericanos conservadores no le perdonan a Obama su política de acercamiento y no de mano dura. Muchos creen que su política le costó a Hillary Clinton los 29 votos electorales del Estado.
Trump, por su parte, retomó la política de sanciones a la isla: desde la restricción de los viajes, las inversiones, las remesas, hasta el cierre de la embajada, el retiro del personal diplomático estadounidense en La Habana o la inclusión del país en la lista de patrocinadores del terrorismo. Aunque el republicano tampoco ha podido darle el golpe final al gobierno castrista que esperan los exiliados, hoy los investigadores coinciden en que su figura está mucho más fuerte entre los votantes cubanoamericanos. “Me parece que sí se ha consolidado el apoyo hacia Trump dentro de la comunidad cubana, particularmente en Miami”, dice Duany.
Trump, no tiene, sin embargo, el voto de la cubana Ingrid Verdes, de 41 años, residente North Bay Village, Miami. En contraste con todo lo anterior, lo que le preocupa a Verdes es que Trump convierta al país en una especie de dictadura. “Él ya ha hecho referencia, en más de una ocasión, a quedarse indefinidamente en el poder”, dice. “Me preocupa muchísimo que se vuelva una dictadura. Me preocupa el fanatismo que hay alrededor de él. Me preocupa lo violentos que son sus fans. Los cubanos venimos de una dictadura y hay muchas cosas tóxicas que tenemos normalizadas. Se piensan que todo es comunismo al estilo Cuba, pero ni se inmutan cuando Trump dice que va a gobernar indefinidamente. Dicen “no al “socialismo” pero les encanta tener food stamps, Obama Care, Medicare, y cualquier otro de esos beneficios”.
A Verdes también le preocupan otras cosas “como mujer, lesbiana y emigrante” que es. No tiene una especial afinidad por el partido Demócrata, mucho menos por los republicanos. Tampoco votaría por un partido independiente porque “sería un voto perdido”. Su voto de noviembre es para Kamala Harris. “Estoy muy ilusionada con que tengamos una presidenta por primera vez en la historia de Estados Unidos. Hace 20 años, cuando ni una sola persona nominada a la presidencia endorsaba el matrimonio gay, Kamala Harris estaba ejecutando una de las primeras uniones del mismo sexo”.
El discurso antiinmigrante de Trump
Donald Trump ha una conferencia de prensa en el muro fronterizo, en Sierra Vista, Arizona, en agosto pasado. Evan Vucci (AP)
Ni el discurso racista o antiinmigrante de Donald Trump, ni su interés de levantar el muro fronterizo con México o eliminar el programa de parole humanitario, ni su propuesta de hacer la deportación más grande de la historia, ni sus juicios sobre el aumento de la criminalidad a causa de los latinos, parece resonar en la mayoría de los cubanos. “Tiene que ver con un trasfondo de pensamiento de origen de raza”, dice Bustamante. “Sabemos que la emigración cubana a lo largo de los años ha sido una emigración más blanca, aunque ha cambiado últimamente. Siempre la relación de la comunidad cubana y otras comunidades latinas en Estados Unidos fue difícil”.
Las luchas civiles de la comunidad chicana o boricua de los sesenta, que apelaban a símbolos de la izquierda como la imagen del Che Guevara, fueron rechazadas muchas veces por la comunidad del sur de Florida. Además, la diferencia en el estatus migratorio de los cubanos -amparados por la Ley de Ajuste cubano, que les allana el camino a la residencia permanente y posterior ciudadanía- los ha diferenciado legalmente de otras comunidades latinas en el país. “Esa diferencia ha creado divisiones también”, asegura Bustamante.
Duany, por su parte, cree que el hecho de que la mayoría de los cubanos no se sientan identificados cuando oyen el discurso antiinmigrante de Trump es porque “por lo menos en las primeras generaciones, se sienten exiliados más que inmigrantes, y eso hace de alguna forma que el discurso de Trump no pareciera aludir a los cubanos. Pero, en efecto, sí lo hace. Yo había pensado que la tendencia iba a ser hacia una mayor latinización, pero no parece ser el caso”.
Los números de las encuestas no dicen lo contrario: aproximadamente el 54% de los cubanoamericanos están registrados como republicanos. Entre otras causas, los analistas aseguran que los demócratas se olvidaron de la Florida, un Estado clave en el pasado, que aporta 29 votos electorales, el tercero en población detrás de California y Texas, y que ya no se considera un Estado decisivo.
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