El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mantuvo en 2022 una reunión privada en su oficina con Steve Linde, el director del periódico israelí The Jerusalem Post. Dos semanas después, en una conferencia en Tel Aviv, Linde afirmó que el mandatario le habló sobre quiénes eran en su opinión “los mayores enemigos de Israel”. No mencionó a Hamás ni tampoco a Irán, sino a dos diarios: el estadounidense The New York Times y el israelí Haaretz. Netanyahu negó luego esas declaraciones, pero, durante años, no ha disimulado su aversión por los medios críticos de su país, sobre todo por Haaretz. El pasado domingo, el Gobierno israelí aprobó un boicot total contra ese diario, que implica el fin de la publicidad institucional en sus páginas, la cancelación de las suscripciones oficiales y el cerrojazo a toda comunicación con sus periodistas; es decir, la posibilidad de la asfixia económica y el silencio de las fuentes oficiales.
El intento de ahogar económicamente al diario supone un intento de silenciar a los medios críticos con el Gobierno y, sobre todo, con la ofensiva en Gaza
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mantuvo en 2022 una reunión privada en su oficina con Steve Linde, el director del periódico israelí The Jerusalem Post. Dos semanas después, en una conferencia en Tel Aviv, Linde afirmó que el mandatario le habló sobre quiénes eran en su opinión “los mayores enemigos de Israel”. No mencionó a Hamás ni tampoco a Irán, sino a dos diarios: el estadounidense The New York Times y el israelí Haaretz. Netanyahunegó luego esas declaraciones, pero, durante años, no ha disimulado su aversión por los medios críticos de su país, sobre todo por Haaretz. El pasado domingo, el Gobierno israelí aprobó un boicot total contra ese diario, que implica el fin de la publicidad institucional en sus páginas, la cancelación de las suscripciones oficiales y el cerrojazo a toda comunicación con sus periodistas; es decir, la posibilidad de la asfixia económica y el silencio de las fuentes oficiales.
El ataque a este periódico es grave, pues compromete su viabilidad futura, pero “no es un caso aislado”, asegura Anat Saragusti, la responsable de libertad de prensa del Sindicato de Periodistas de Israel, sino parte de un “plan maestro” para acabar con los medios de comunicación independientes en Israel. Especialmente aquellos que, como Haaretz, critican la guerra de Gaza, la de Líbano y la ocupación de los territorios palestinos. Ese plan se ha traducido también en la prohibición de emitir a la cadena catarí Al Jazeera, cuyas oficinas en Jerusalén fueron clausuradas en mayo mientras que su oficina en Cisjordania fue asaltada en septiembre, los intentos de privatizar medios públicos en Israel y una batería de propuestas que incluso se dirigen a cerrar sitios de noticias en Internet, “como en Rusia y en China”, denuncia Saragusti.
En el caso de Haaretz, el “pretexto” para ese boicot, subraya la responsable del sindicato, fue un discurso en Londres del principal accionista del periódico, Amos Schocken. En el contexto de la ofensiva israelí en Gaza, el editor aludió a una “segunda Nakba” —la huida o expulsión de su tierra de 750.000 palestinos justo antes y después de la creación de Israel en 1948— y al “cruel apartheid” israelí contra esa población autóctona. Luego fue más allá: se refirió a “los luchadores palestinos por la libertad a quienes Israel llama terroristas”.
Schocken aseguró luego en un comunicado que no se refería a Hamás y Haaretz desautorizó en un editorial a su accionista mayoritario. Ello no impidió que el Gobierno, considerado el más derechista de la historia de Israel, aprobara por unanimidad ese boicot. En realidad, en marzo de 2023, el ministro de Comunicación, Shlomo Karhi, había presentado en el Parlamento un plan para modificar el ecosistema mediático del país, al tiempo que acusaba a Haaretz de difundir “propaganda antiisraelí”. El 23 de noviembre de ese año, después de los atentados de Hamás del 7 de octubre —en los que murieron unas 1.200 personas y 250 fueron secuestradas— Karhi presentó “una resolución muy similar” a la aprobada el domingo, subraya por teléfono el periodista israelí Oren Persico.
“El proyecto fue bloqueado [por el Ministerio de Justicia, que dudaba de su legalidad]. Así que estaban esperando una excusa para reactivarlo”, coincide este analista, que monitorea a los medios de comunicación de su país en la revista de investigación independiente The Seventh Eye.
Para Haaretz, la decisión del Gobierno ha sido “oportunista”, reza un comunicado remitido a EL PAÍS por Aluf Benn, su director, y constituye “otro paso en el camino de Netanyahu para desmantelar la democracia israelí”. La nota compara al primer ministro “con sus amigos Putin, Erdogan y Orbán” a la hora de “intentar silenciar a un periódico crítico e independiente”.
La ley “Al Jazeera”
Lo que organizaciones como Reporteros sin Fronteras (RSF) consideran una ofensiva contra los medios críticos no data del inicio de la guerra de Gaza, pero sí se ha visto impulsada por esta y el clima belicista que impera desde entonces en la sociedad y en unos medios de comunicación que, en su mayoría, no muestran cadáveres ni hambre en la Franja. El 6 de noviembre, RSF criticaba cómo “desde hace varias semanas, la agenda de reforma legislativa de los medios, impulsada por el ministro de Comunicación, se ha acelerado en un contexto marcado por la cruenta guerra en Gaza y Líbano”.
El 20 de noviembre, el Parlamento aprobó el endurecimiento de la llamada ley Al Jazeera, que permitió prorrogar la prohibición de emitir en Israel a esa cadena catarí, sobre todo por su cobertura de lo que el Tribunal Internacional de Justicia investiga como posible genocidio de Israel en Gaza. Esa norma otorga a los servicios de seguridad la facultad de cerrar cualquier medio que “ponga en peligro la seguridad del Estado de Israel”, una “condición ambigua que puede justificar “la clausura de cualquier” periódico, radio o televisión, critica Saragusti,.
Mientras, el Gobierno de Netanyahu aprueba ayudas estatales a medios afines, sobre todo a una televisión privada en la que el primer ministro y sus partidarios se prodigan: el Canal 14, que ha abrazado la incitación al genocidio de los palestinos. Esta televisión es un ariete de lo que Oren Persico llama la “máquina del veneno”: el aparato de propaganda de Netanyahu.
El domingo, cuando se aprobó el boicot a Haaretz, el ministro Karhi, amigo personal del primer ministro, presentó también un proyecto de ley para privatizar la cadena estatal Kan y las radios públicas, aprobado de forma preliminar en el Parlamento este miércoles. Ese proyecto recoge el cierre de esos medios si no encuentran comprador en dos años.
La ofensiva legislativa se une a una “orquestada campaña de difamación, amenazas y discursos de odio contra los medios de comunicación y los periodistas independientes”, añade Saragusti. El Sindicato de Periodistas de Israel ha constatado un aumento “de las agresiones físicas contra periodistas”, atacados por “turbas” cuando cubrían noticias como las manifestaciones para reclamar un alto el fuego en Gaza y un acuerdo para liberar a los rehenes.
“En Gaza, la Cisjordania ocupada y Líbano”, la situación es aún peor. Allí “los periodistas siguen siendo objetivo del Ejército israelí”, según el comunicado de RSF. La organización eleva a 145 los periodistas muertos en la Franja desde el 7 de octubre de 2023. Antes, en mayo de 2022, soldados israelíes mataron en Yenín (Cisjordania) a la periodista palestina Shirin Abu Akleh.
Gaza
Haaretz es un diario minoritario. Solo el 5% de judíos israelíes —sobre todo asquenazíes de clase media o alta— lo leen. Aun así, es el periódico de referencia para los periodistas extranjeros y “muchos responsables políticos”, asevera Persico. El periódico ha cubierto de forma exhaustiva las protestas por la controvertida reforma judicial en Israel, los casos de corrupción contra Netanyahu y ahora la orden de arresto del Tribunal Penal Internacional. También denuncia la violación de los derechos humanos de los palestinos y defiende la solución de los dos Estados. A ello se añade ahora otro agravio a ojos de la Administración israelí: su cobertura de Gaza.
Haaretz alude en sus titulares a “bombardeos israelíes” en Gaza cuando muchos medios internacionales omiten mencionar a Israel en sus títulos. Publica “muchas historias humanas” de gazatíes, destaca Persico, y “trata de traducir las cifras”— más de 44.000 muertos—, “para que se pueda entender la horrible situación de la población en Gaza, algo inaudito en los medios israelíes”. Sus páginas han albergado tribunas con títulos como “Genocidio o no, Israel está perpetrando crímenes de guerra en Gaza”.
“La línea editorial de Haaretz generalmente ha sido sionista progresista”, recalca el historiador experto en Oriente Próximo Jorge Ramos Tolosa. Ese sionismo moderado y secular aspira a un difícil —para algunos, imposible—equilibrio entre un Estado de mayoría judía en la Palestina histórica y la democracia. Ese diario ha dado cabida a voces “muy críticas con el sionismo e incluso no sionistas”, como Gideon Levy o Amira Hass, destaca el historiador. Aunque “desde el 7 de octubre de 2023 esa línea se ha endurecido y ha cerrado filas en el consenso sionista”, el periódico ha difundido “algunos de los artículos más valientes” publicados sobre Israel y Gaza, opina.
La radicalidad de Haaretz radica, más que en sulínea editorial, en su independencia. Incluso respecto a sus accionistas. Tras el discurso de su editor en Londres, uno de sus periodistas publicó una tribuna en la que definía como “escandalosas” las declaraciones del dueño del diario.
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