El comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, regresa este lunes a Washington para intentar negociar ―“de buena fe”, según Bruselas― una salida a la guerra comercial desatada por Donald Trump y que, insiste la Unión Europea, solo hará daño a empresas y ciudadanos “a los dos lados del Atlántico”. Pero tras la famosa sonrisa apaciguadora del eslovaco, diplomático de profesión y el comisario más veterano del equipo de Ursula von der Leyen, se esconde también la voluntad de hierro de defender los intereses de la UE.
El comisario europeo de Comercio se reúne este lunes con su homólogo estadounidense y confía en la “buena fe” de ambas partes para hacer permanente la tregua de 90 días en las tasas aduaneras
El comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, regresa este lunes a Washington para intentar negociar ―“de buena fe”, según Bruselas― una salida a la guerra comercial desatada por Donald Trump y que, insiste la Unión Europea, solo hará daño a empresas y ciudadanos “a los dos lados del Atlántico”. Pero tras la famosa sonrisa apaciguadora del eslovaco, diplomático de profesión y el comisario más veterano del equipo de Ursula von der Leyen, se esconde también la voluntad de hierro de defender los intereses de la UE.
En su tercera visita a Washington desde que comenzaron las amenazas arancelarias hace un mes, Sefcovic —que viaja acompañado por Björn Seibert, jefe de gabinete de la presidenta de la Comisión Europea— llega a la mesa de negociaciones con su par estadounidense, Howard W. Lutnick, sabiendo que cuenta con el respaldo firme del bloque comunitario. Los Veintisiete están dispuestos, si Estados Unidos cierra la “ventana de oportunidad” abierta con su tregua de 90 días, a reactivar a su vez las medidas de represalia que dejaron en pausa el pasado jueves para evitar una mayor escalada: un 25% de arancel sobre los productos estadounidenses que puede recuperarse, recuerda Bruselas, en cualquier momento si no se ve una “disposición” de Washington a “alejarse” de la guerra económica.
La gran escalada del conflicto arancelario entre ambos socios comerciales llegó con el anuncio de Trump el dos de abril de la imposición de un arancel mínimo “recíproco”, lo llamó, del 10% a decenas de países, que, en algunos casos sería mayor, en virtud de un cálculo arbitrario. La UE estaba en esa lista, y recibió un castigo del 20%. Tras el anuncio de la tregua, sigue aplicándose una tasa del 10% a las importaciones europeas (con algunas excepciones, como el petróleo, los minerales críticos o los productos farmacéuticos), y también están vigentes las tasas del 25% a la industria automovilística, el aluminio y el acero.
Esa saña comercial con el tradicional aliado transatlántico obedece a la ambición de Trump por rehacer el comercio mundial, que cerró cerró 2024 con un déficit comercial récord de 1,2 billones de dólares para Estados Unidos. Es una aspiración central del ideario MAGA (Make America Great Again; devolvamos su grandeza a Estados Unidos), que de momento ha tenido que aparcar por la presión del desplome de los mercados, el efecto de sus medidas en la deuda pública o las críticas de miembros de su partido, empresarios e inversores.
En el caso de la UE, entra en juego otro factor: la animadversión manifiesta de algunos de los miembros del Gabinete de Trump. El vicepresidente J. D. Vance aprovechó su primera intervención en la escena internacional, en la conferencia de seguridad de Múnich, para lanzar una invectiva contra los valores europeos que dejó una sensación entre el temblor y la indignación en las cancillerías del Viejo Continente. Después, la inclusión por error de un periodista de un chat de Signal en el varios secretarios y el vicepresidentes discutían los planes de ataque a los hutíes en Yemen, sirvió para saber que Pete Hegseth, jefe del Pentágono, considera “gorrones” y “patéticos” a sus aliados europeos.
Ese es el ambiente que espera a Sefcovic en Washington, una hostilidad ideológica, casi personal, que contrasta con el respeto y la cortesía que tradicionalmente han gobernado las relaciones transatlánticas. “Mantenemos todas las opciones sobre la mesa en caso de que fracasen las negociaciones”, advirtió el viernes el comisario de Economía, Valdis Dombrovskis, tras reunirse con los ministros de Finanzas de la UE en Varsovia. “No se puede descartar la utilización de ninguna de las herramientas que tenemos, pero ahora estamos en el momento del diálogo”, subrayó también el titular de Economía español, Carlos Cuerpo, insistiendo en que Europa debe tender la mano pero “sin ser ingenuos”. Y el futuro canciller de Alemania, el conservador Friedrich Merz, remarcó este domingo, en una entrevista con el diario económico Handelsblatt recogida por Efe, que la UE debe “recordar que el mundo no consiste solo en EE UU”.
En todo caso, nadie en Europa quiere ponerse en el peor de los escenarios. Ese que ya está viviendo China y que, más allá del impacto brutal a corto y medio plazo, amenazaría seriamente a un continente más cuestionado que nunca como potencia geopolítica y económica.
La tregua parcial de 90 días decretada por Trump apresuradamente el pasado miércoles fue recibida con alivio en Bruselas y las demás capitales europeas. Los Veintisiete dieron entonces su visto bueno a que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, congelara la respuesta europea que se acababa de aprobar: un gravamen del 25% a los productos estadounidenses. Con todo, ahí sigue el arancel generalizado del 10% y el del 25% al acero, el aluminio y los automóviles. No es recomendable tampoco bajar la guardia con un presidente tan imprevisible como el republicano, que un día dice que los países le están “besando el culo” en busca de acuerdos más convenientes y horas después da marcha atrás. Uno de los problemas que se señalan en una Bruselas desconcertada es que no se sabe bien cuál es el objetivo que busca Trump, por lo que también es difícil presentarle un caramelo que pueda apaciguar su apetito arancelario.

Conviene no olvidar que las conversaciones entre la Bruselas y Washington son una más para Lutnick, que tiene en teoría tres meses para cerrar unos 75 acuerdos arancelarios nuevos, según cálculos de Trump. “Ya tenemos ofertas sobre la mesa de más de 15 países. La Administración está estudiando esas ofertas y decidiendo si son lo suficientemente buenas como para presentárselas al presidente”, indicó el jueves sobre el proceso de valoración de esos pactos el director del Consejo Económico Nacional, Kevin Hassett. Los primeros contactos ya han empezado con socios como Japón, Vietnam o Corea del Sur. El viernes, Trump apuntó a bordo del Air Force One, su avión presidencial, que el arancel del 10% que mantiene en vigor con carácter universal estará “bastante cerca” de ser un mínimo en la negociación con cualquier país. “Podría haber un par de excepciones por razones obvias, pero yo diría que el 10% es un mínimo”, añadió sin aclarar cuáles eran las “razones obvias”. Durante su primera Administración acuerdos como los que ahora se están fraguando tardaron en sustanciarse hasta dos años (con México).
En medio de ese desfile, la Comisión —que al tener las competencias de comercio negocia en nombre de todos los Estados miembros— es cautelosa a la hora de desvelar sus cartas. “No vamos a dar detalles de las conversaciones [de este lunes], más allá de que la UE quiere buscar soluciones en las que ganemos todos, acuerdos mutuamente beneficiosos para evitar aranceles y para evitar una escalada dañina que resultaría en pérdidas a los dos lados del Atlántico y a la economía global”, dijo el portavoz comunitario de Comercio, Olof Gill, al anunciar el viaje de su jefe a Washington.
Algunas ofertas, no obstante, sí son públicas: Sefcovic volverá a plantear, como ha hecho la Comisión desde febrero, la propuesta cero-cero, es decir, que ambas partes eliminen todos los aranceles a los productos industriales. Algo que “significa ir más allá de los automóviles”. “Estamos hablando de productos químicos, farmacéuticos, caucho y plástico, maquinaria. Y yo diría que el resto de productos industriales”, explicó el propio Sefcovic a comienzos de mes.
También se conoce lo que pasará si, después de estos 90 días de tregua, Trump no desiste de su pulso arancelario. Para empezar, Bruselas reactivaría de inmediato los aranceles “pausados”. Y, durante todo este tiempo de negociaciones, los Veintisiete seguirán preparando las siguientes contramedidas con más gravámenes, que podrían ir más allá de los ya acordados.
“Europa tiene muchas cartas [para responder], desde el comercio a la tecnología, pasando por el tamaño de nuestro mercado. Sobre esta fuerza está construida nuestra respuesta para replicar con firmeza. Todos los instrumentos están sobre la mesa”, ha asegurado Von der Leyen una y otra vez. En entrevista con Financial Times justo después de congelar las primeras contramedidas, la jefa del Ejecutivo europeo ratificó que, si no se logra un acuerdo “completamente equilibrado”, la UE estaría dispuesta a extender sus aranceles no solo a productos sino también a servicios estadounidenses. Y dejó claro que tiene en la mira a las grandes plataformas estadounidenses últimamente tan cercanas a Trump, como Amazon, Google o Facebook, cuyos máximos directivos no dudaron en posar junto a Trump el día de su investidura. “Un ejemplo es que se podría poner una tasa sobre los ingresos publicitarios de los servicios digitales”, avanzó la alemana.
Bruselas tiene en la recámara otra bala o botón comercial nuclear, que hasta ahora ha evitado usar: el denominado instrumento anticoerción, un reglamento aprobado en 2023 para casos en los que se constate una presión política y económica de terceros países ilegítima, una extorsión que va más allá de un pulso comercial habitual. Entonces, Bruselas puede adoptar represalias mayores: desde cerrar el mercado europeo a ciertos bienes o servicios a impedir que las empresas de ese país concursen en licitaciones públicas o participen en proyectos financiados con presupuesto comunitario.
Pero aún no se ha llegado a ese punto y Bruselas está dispuesta a hacer todo lo posible para que no se traspase esa línea. En lo que coinciden la mayoría de los Estados miembros es en que la UE no puede perder la calma en estos momentos. “Reflexión y cautela”, recetaba el ministro portugués de Economía, Joaquim Miranda, desde Varsovia. Y respirar hondo. O, más bien, contener el aliento.
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